Bienaventurados los provocadores porque de ellos es el reino de los cambios. Son imprescindibles para producir revoluciones, nuevas teorías de cualquier naturaleza, música inquietante y bella, literatura de vanguardia y rupturista, obras de artes plásticas sin precedentes ostensibles, manifestaciones políticas revulsivas, un periodismo mejor y más profundo, veraz y comprometido con las causas justas.
Dice la Real Academia Española que un provocador es alguien “que provoca, incita, estimula o excita”.
Bienaventurados sean los polemistas, porque de ellos será el reino de las ideas en debate. Son imprescindibles para abrir las cabezas de quienes las tienen cerradas, total o parcialmente, de quienes ven con un solo ojo, escuchan con un solo oído y hablan con media lengua.
Dice la RAE que la polémica puede ser entendida como controversia, y que la controversia es una “discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”.
Cuando alguien es calificado como provocador por el mero hecho de lanzar afirmaciones de escaso sustento con el simple objetivo de lograr impacto facilongo en la audiencia, en el electorado o en auditorios más o menos amplios, ya no es bienaventurado. Pasa a ser un actor, muchas veces de comedia y en general de comedia de baja calidad, más parecida a una farsa berreta, una macchietta, que a una pieza del teatro griego. Ya no se trata de un rupturista, un revolucionario, ni siquiera un promotor de cambios aunque más no fuere superficiales. Es una mala copia del provocador verdadero, una mascarita.
Cuando alguien es calificado como polemista por el mero hecho de decir lo que se le antoja, cuando se le antoja y en el tono que se le antoja (en general, elevando la voz y poniendo cara de enojado), queda claro que no es un analista que manifiesta sus ideas con altura sino un panelista crónico de televisión, urgido por el tiempo de las imágenes a decir muchas palabras amontonadas con escaso fundamento. Total, que los espectadores –o los lectores de sus textos en medios o libros, los oyentes de radios, los consumidores de sitios de internet– sólo percibirán la hojarasca que oculta la ausencia de profundidad.
La primera carta que se reproduce en la página anterior fue enviada por el diputado oficialista electo Fernando Iglesias. En ella, pontifica acerca de lo que debe ser el buen periodismo según su criterio, critica la columna escrita una semana atrás por el fundador de PERFIL, Jorge Fontevecchia, e hilvana con hilo choricero una catarata de agravios contra este medio, contra otros de la misma editorial y contra los periodistas que integran sus redacciones.
No es mi intención –ni mi función como ombudsman– respaldar a quienes son mencionados por el señor Iglesias, pero sí aclararles a los lectores algunas de sus características. Fue alumno mío –altri tempi– en TEA (una de las “academias” de periodismo, como define) y lo sufrí por su soberbia, su seudoprovocación, sus seudopolémicas y su ausencia absoluta de rigor periodístico en cada uno de los trabajos prácticos encomendados. Tanto, que fue reprobado en el curso y reprobado en sus exámenes recuperatorios, hasta que ganó por agotamiento y la dirección le dio el pase. Recuerdo haberle dicho: “Tal vez escribas libros de éxito, tal vez llegues a ser famoso, pero algo no serás jamás: periodista”. Estoy convencido de que no me equivoqué.
Escribió en un texto publicado por el diario mendocino Los Andes: “… y de las academias como TEA salieron los jóvenes imitadores de (Orlando) Barone y Sandra Russo y los admiradores de Víctor Hugo y Cynthia García. De allí salió la doctrina del periodismo militante nac&pop, que periodismo no es y militante tampoco, porque no lo pagaba un partido político sino que se pagaba con los impuestos de todos”. En verdad, el periodismo militante se origina en esta maniquea tendencia –que el diputado electo practica– a separar réprobos de elegidos según convenga al poder en ejercicio o fuera de él.
Iglesias se enoja, y mucho, con quienes no concuerdan con sus posturas. Lo ha demostrado una y otra vez: en los últimos tiempos, arremetió no sólo contra Fontevecchia, PERFIL y sus periodistas; también contra otros profesionales de probada trayectoria en este oficio que se niegan a aplicar un ojo en la mirada, un oído en la escucha y media lengua en la comunicación.
No es una conducta novedosa: un año atrás, mostró la misma agresividad (o peor) contra la ex diputada Victoria Donda, quien había escrito en la red social que “el macrismo es bastante parecido al kirchnerismo, pero con buenos modales”. Según Iglesias, “Victoria Donda es bastante parecida a Cristina Kirchner, pero con tetas”. Chan.