A los escritores no les gusta ser incorporados en nombres genéricos, en escuelas, tendencias. Supuestamente la literatura tiene que ver con la singularidad, la diferencia, la originalidad (hecho que se desmiente cada vez que entramos a una librería y vemos lo que por lo general se viene publicando) y ser asociado a un grupo o corriente provoca un inmediato deseo de desmarcarse, de negar tal pertenencia. De vez en cuando sí se arma una línea, un discurso grupal, un ismo, pero con el paso del tiempo casi todos desertan, salvo quizá el inventor del término, el gerente general del grupo (como Bretón, surrealista aún cuando ya el surrealismo no significaba nada). ¿Se puede entonces agrupar poetas, compilar obras? Es una pregunta delicada, pero teniendo en cuenta que me quedan apenas 3.200 caracteres para terminar el artículo, y para no seguir perdiendo el tiempo en rodeos, se me puede autorizar a hacerlo. El grupo en cuestión es el objetivismo. Poetas como Louis Zukofsky, Charles Reznikoff y George Oppen, es decir, un grupo de escritores norteamericanos de origen judío y tendencias izquierdistas, que irrumpieron en la literatura en lengua inglesa en 1931, a partir de la publicación de sus poemas en la revista Poetry. Antes los objetivistas habían recibido influencia y apoyo de Ezra Pound, quien durante los años ’27 y ’28 publicó textos de Zukofsky en Exile, revista fundada y dirigida por el autor de los Cantos. La poesía objetivista en general tiene como elementos característicos una búsqueda de precisión en el uso del lenguaje, el desprecio por lo hermético, la crítica social y la temática urbana. “Usar las palabras por su uso cotidiano/ y no como prismas/ jugando con el arco-iris de sus acepciones”, anota Reznikoff. “No tengo y nunca he tenido otro motivo para escribir poesía/ que el de alcanzar la claridad”, escribe Oppen. Ese descrédito de la emoción, esa desconfianza en la empatía y esa búsqueda de cierta neutralidad valorativa funcionaron como influencia en muchos otros poetas, en distintos tiempos e idiomas. En Argentina tienen (con resultados dispares) una gran importancia y muchos poetas actuales retomaron el impulso objetivista, muchas veces cruzándolo con autores locales que pudieran servir también de antecedentes (hay así una lectura objetivista de Saer, por ejemplo). Aunque de resultados poéticos muchas veces fallidos, la experiencia objetivista local no deja de ser un hecho absolutamente excéntrico en la lengua española. Y si bien en las últimas décadas el objetivismo argentino alcanzó un lugar de centralidad por momentos hegemónico en el campo literario, sin embargo son muy pocos los autores objetivistas que escriben en castellano, ya en España, ya en el resto de América latina (quizá lo más interesante del objetivismo local resida en la paradoja de que, al mismo tiempo que pareció en algún momento alcanzar una posición central en Buenos Aires, nunca dejó de ser un movimiento anómalo).
Mucho menor es aún la influencia del objetivismo sobre la literatura francesa, más bien refractaria a la discreción anglosajona. Sin embargo, los pocos casos que se cuentan han dado resultados notables. Es que la recepción francesa del objetivismo incorporó un elemento casi ausente en la recepción argentina: el sentido del humor. La Revue de littérature générale (que se editó en París a mediados de los 90) fue una de las grandes divulgadoras. En su número 2, en medio de autores ingleses y de poetas franceses publica, sin una sola introducción que explique el porqué, el examen de ingreso a la Policía de Nueva York, un conjunto de cuatro ejercicios de 18 preguntas cada uno: “1) ¿Cuántas personas hay en esta fotografía? 2) ¿Cuántos hombres? ¿Cuántas mujeres? 3) ¿Qué parecen estar haciendo esas personas?”, y etc., etc., etc. Leído así, se vuelve un largo poema objetivista, lleno de una ácida ironía.