A mi juicio, algunos análisis políticos tienden a incurrir en extravíos producto del encandilamiento con ciertas palabras. Suele decirse que el kirchnerismo recuperó el valor de la política, mientras que habría opositores que ejercerían la antipolítica. Así, se asevera que dirigentes como Sergio Massa o Mauricio Macri no son auténticos políticos sino meros administradores o gerentes.
Una hermenéutica de la antipolítica revelaría que no gobierna sino que gestiona; no se orienta al pueblo sino a una abstracción difusa denominada “gente”; es sólo marketing sin ideología; carece de planes de gobierno a los que sustituye por eslóganes vacíos; etc.
Resulta pertinente preguntarse si “antipolítica” significa lo mismo que “derecha”. Ignoro cuál será la respuesta, pero intuyo su estructura: la antipolítica representaría un estadio posmoderno degradado de lo que antes fue la derecha. Derecha que primero viró hacia el centro para después transmutarse en algo insustancial. Quizás esta presunción explique algunos aspectos del análisis de la campaña bonaerense.
Al inicio, uno de los reclamos a Sergio Massa apuntaba a que definiera a qué distancia se encontraba del kirchnerismo. La demanda parecía dirigida a que bajara del limbo de la antipolítica para confesar si era “un continuador del modelo” o una encarnación de “quienes en los 90 llevaron el país a la ruina”. Además de su maniqueísmo, la demanda encerraba un error categorial. La miopía de cierto análisis político quizás radique en intentar interpretar el fenómeno de Massa a través de categorías que le resultan ajenas. Cuando en focus groups se pregunta a sus votantes por qué lo eligen, las respuestas más típicas son: “Me gusta”, “Es un político moderno”, “Es inteligente”, “Es serio”, “Es valiente: enfrentó a Cristina”, “Es creíble”, “Hizo una buena gestión en Tigre” o “Se preocupa por la inseguridad”. Inversamente, es raro que se invoque que Massa sea progresista, de centroderecha o antikirchnerista. Sin pretender demasiado, me atrevería a sostener que “la política es el arte de utilizar palabras capaces de mover las cosas necesarias para que la gente, el pueblo o la ciudadanía (como prefiera decirse) pueda vivir mejor”. Quizás el fenómeno Massa radique en haber encontrado las palabras que, a modo de promesa, conectan con las expectativas de gente animada por la ilusión de algo distinto. Eso no lo exime de poseer un plan acorde con tamaña promesa. Es una hipótesis explicativa de su posicionamiento. Al fin y al cabo, pocos analistas consentirían en sostener que cuando –en 2003– Néstor Kirchner prometía “un país en serio” o “un país normal” estaba haciendo un ejercicio de antipolítica.
*Director de González y Valladares, consultores de marketing político.