¿Puede haber sido tanta la corrupción, como parece? ¿Será que ahora, porque hay menos, todo reluce como lata (porque el oro se lo llevaron todo)? Imposible saberlo, me digo, mientras me zampo la Frecilina del día.
Como nos recuerda Artemio López: “El antecedente frentista inmediatamente anterior al impulsado por Néstor Kirchner en el año 2003 fue la convocatoria de Perón al Frente Cívico de Liberación Nacional (Frecilina) –la declaración se hizo en la revista Las Bases, en febrero de 1972–, que revitalizó la ofensiva política del movimiento peronista contra el gobierno militar que encabezaba el dictador Lanusse.”
No sería mala idea, con ese nombre que evoca a un antibiótico de amplio espectro, fabricar Frecilina 500 (o, mejor, de 1 gramo) para combatir la corrupción que, como todo el mundo sabe, designa tanto a un vicio o abuso como al proceso de echarse a perder o pudrirse.
¡Frecilina para todos y todas! Los jubilados y las jubiladas, las nativas y los migrantes, los embarazados y las abortistas. La Patria no puede esperar el lento paso del Aparato Judicial: ¡mejor es recurrir a la ciencia imaginaria!
¿Por qué nos duele tanto la corrupción? Tengo una respuesta, más bien apresurada: los gobiernos de derecha, por más ejemplarmente honestos que sean, siempre nos serán antipáticos porque sus proyectos son reaccionarios, retrasan y opacan el horizonte emancipatorio, la ansiada soberanía sobre si y la liberación de las energías potenciales del género humano, que es el norte de cualquier proyecto de superación del espantoso estado de las cosas de este mundo (lo que se llama “capitalismo”).
Los proyectos de izquierda (aún los que así se autoproclaman sin serlo, como es el caso del peronismo), en cuanto se complican con oscuros casos de corrupción, pierden toda su potencia simpática: nada es más horrible que una bella idea corrupta. Un médico a la izquierda: Frecilina 1 gr., endovenosa.