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comunicacion y sociedad

Políticos atrapados

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Hablar no cuesta dinero, saber hablar cuesta algo, saber qué decir cuesta un poco más, y crear confianza con lo que hablamos aun más. Un político no puede carecer de colaboradores que lo ayuden a crear confianza.

En una apropiación cruzada y recombinación con El rey Lear, muchos políticos caen como moscas como muchachos traviesos, los votantes matan por diversión y el político ni se entera. No se enteran porque no saben conversar con el mercado actual (y esto no es hablar del mercado mercantil, es hablar de etnografía, de espacios, de emociones y de seres lanzados al mundo a ser personas y no cosas).

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Para que no lo maten como a una mosca, el líder político debe preguntarse: ¿qué vendo yo al votante o al pueblo? ¿Qué intercambio propongo y qué intercambio esperan los votantes?

Para eso, el político debe entender primero algunos puntos: la gente no compra cosas, compra sentidos; la gente no compra lo que dice que va a comprar, no compra música si ésta no tiene sinfonía. Supongamos una conversación entre un político y el poeta y filoso escritor de Catamarca, Luis Franco, conversando sobre qué vende (como oferta ante el mundo) un político:

—¿Qué vende usted, señor? –pregunta Franco.
—Bienestar social a través de las políticas públicas –contesta el político.

—No –le responde Franco–: ¡usted vende estados de ánimo!
—¿Cómo? –pregunta el político–. Yo no puedo darle estados de ánimo a la sociedad.

—Se equivoca, estimado –le dice Franco–. Usted, al dedicarse a darle bienestar a la sociedad (que, entiéndame bien, no es una cosa) está realizando una promesa de crear un mundo nuevo de estados de ánimo y emociones. Está creando confianza, y la confianza es credibilidad. La credibilidad tiene que ver con lo que se dice y hace.
—La verdad, no lo entiendo –dice el político.

—Estimado amigo, usted padece de ceguera cognitiva. Debe aprender a conversar con sus clientes (que son los votantes; no son clientes en el sentido mercantilista), para que lo voten debe conquistar la mente y también el corazón de los votantes.
—Sigo sin entender –dice el político.

—Sencillo: debe saber comunicar y saber comunicarse. Usted debe crear mundos que confieran sentido y creen credibilidad a través de lo que dice y hace.
—¿Y cómo lo hago? –pregunta el político.

—Lo primero es tener colaboradores que entiendan la comunicación como una conversación entre usted y la sociedad. Que comprendan lo que significa transformar lo improbable en inevitable.
—Sigo sin entender.

—Lo lamento, pero usted no entiende que la conversación (la comunicación) es poder. No puede seguir con estrategias y tácticas de hace décadas.

El político queda atrapado en su historia; no entiende qué es la comunicación, qué está creando cuando conversa con la sociedad. Cuando existe una brecha entre lo que dice y hace. Cuando su identidad (sus creencias) es tan fuerte que toda idea nueva es incompatible con ella. Cuando posee colaboradores que lo llevan a continuar tomando las mismas decisiones que en el pasado, logrando los mismos resultados que antes –o sea, más de lo mismo–. Cuando sus colaboradores más cercanos padecen de ceguera cognitiva y se transforman en bufones de la corte. Cuando sus decisiones se basan en modelos inexactos porque carece de buena información. Cuando cuenta la historia como narración histórica sin tener en cuenta que la historia es información, que el presente es coordinación de acciones y el futuro es invención con la coordinación y las acciones que se deciden hoy. Cuando –precisamente por confundir historia, presente, información e invención– no entiende cómo crear futuro. Cuando teme a los creativos porque nunca se animó a ser creativo (además de creer que los creativos están locos y por lo tanto son peligrosos; no sabe que el mundo fue creado por creativos). No cree en la comunicación como creación de confianza, credibilidad y empatía porque no entiende lo que han aportado los nuevos avances en las neurociencias.

Ese político cree que la economía es un hecho de balance contable y no entiende que la economía es también una emoción. No entiende que las políticas públicas deben orientarse al desarrollo de la capacidad potencial disponible (CPD) de cada ser que está en el mundo.

*Emprendedor cultural.