En enero, cuando entregó la Casa Blanca a Barack Obama, George W. Bush pensó que la vida había perdido definitivamente sentido: después de haber dirigido durante ocho años el país más poderoso del mundo, nada podría ser igual a la embriagante sensación de omnipotencia que produce el poder.
La misma angustia acechó al presidente francés Jacques Chirac y al primer ministro británico Tony Blair, que dejaron recientemente el poder. Antes conocieron el mismo vacío Bill Clinton y el último líder que tuvo la URSS antes de la disolución, Mijail Gorbachov.
Para quienes podían oprimir el botón atómico, el ocaso político constituye un golpe tan duro que, en ciertos casos, suele alterar el equilibrio psíquico: Margaret Thatcher estalló en lágrimas en el interior de su Jaguar cuando debió dejar la residencia del número 10 de Downing Street y, tiempo después, reconoció que había pasado días enteros llorando sin resignarse a la idea de volver a una vida normal.
Pero hoy concluir un mandato político en un gobierno occidental –y ahora también en los países de Europa Oriental– representa un pasaporte a la riqueza. Muchos retirados, además de jubilación, presupuesto para una oficina y gastos de representación, ganan fortunas con la publicación de sus memorias, el cachet por sus entrevistas por televisión, artículos para la prensa y, sobre todo, las conferencias o sus participaciones en cenas-debate de 5 mil a 10 mil dólares el cubierto.
Los mejores ejemplos de esa categoría de súper vedettes de retirados de la política son Bill Clinton (ver recuadro), Blair y el ex secretario de Estado norteamericano Colin Powell, entre otros.
La última estrella de ese dream team es Condoleezza Rice, ex secretaria de Estado de George W. Bush, que contrató a la agencia de talentos William Morris, especializada en la actividad cinematográfica de Hollywood, que le prometieron jugosos contratos si, además de conferencias, acepta participar en presentaciones de libros, galas filantrópicas e incluso actuaciones musicales. Aunque poca gente lo recuerda, Condoleezza Rice es una excelente pianista clásica que abandonó una incipiente carrera de concertista para dedicarse a la actividad universitaria y a la política.
Su ex jefe Bush trabaja en la creación de un Instituto de la Libertad (Freedom Institute), que se convertiría en el núcleo duro del sector más conservador del Partido Republicano, y ya escribió “30 mil palabras” de su libro, que será “pulido” por Chris Michel, que le redactaba sus discursos como presidente, y por el cual según rumores ya recibió un anticipo de 7 millones de dólares.
El 9 de marzo, Bush debutó como conferencista en Alberta (Canadá). Pero su agenda de charlas está casi vacía y su cotización, 150 mil dólares, lo ubica muy lejos del primer puesto del ranking de conferencistas internacionales.
Además de dinero, estos conferencistas estrella tienen otras exigencias. Los contratos de Colin Powell estipulan que sólo viaja en jet privado, una limusina debe ir a buscarlo al aeropuerto y se aloja en suites presidenciales de hoteles de cinco estrellas. Si además de su intervención debe quedarse a la comida, exige doble cachet.
Carter y Bush Sr. son los únicos ex presidentes que nunca volvieron a la actividad privada. Carter consagra esfuerzos a la fundación que creó para ayudar a los países del Tercer Mundo, pero suele aceptar propuestas para dictar conferencias en universidades, que pagan 50 mil dólares por un discurso de 45 minutos, más otros 45 minutos de debate con el público.
Bush padre, por su parte, se negó hasta ahora a participar en el show político. A diferencia de sus predecesores en la Casa Blanca, hizo fortuna en la industria petrolera y posee un gran patrimonio inmobiliario.
El gran rival de Clinton como money maker entre los retirados es Tony Blair. Su carrera como conferencista de lujo había comenzado en forma espectacular en octubre de 2007, a poco de dejar el poder. Por su primera gira, de cuatro charlas, cobró 450 mil dólares.
Dos ex jefes de gobierno españoles, Felipe González y José María Aznar, integran consejos de empresas. González asesora al millonario mexicano Carlos Slim y al grupo Prisa –editor del diario El País– y Aznar a Rupert Murdoch, el magnate de medios australiano.
Cada vez con mayor frecuencia, los ex dirigentes políticos –primeros ministros, cancilleres y ministros– tratan de capitalizar su experiencia política como asesores de empresas.
“Tener nombres importantes en el staff de una empresa ayuda a abrir puertas”, suele decir Samuel Hayes, profesor de la Harvard Business School.
El mayor negocio de los ex políticos es, sobre todo, haber ejercido el poder. Después, sólo se trata de saber administrar ese capital.
*Desde París.