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¿Por qué escribe usted?

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A mediados de los años 80, el diario francés Libération puso en venta el producto de una larga y amplísima encuesta. Era una revista del tamaño del diario, con fotos en blanco y negro. La pregunta era simple: “¿Por qué escribe usted?”, y estaba dirigida a los escritores de todo el mundo, incluso de aquellos que ni siquiera sospechábamos que tenían literatura, que ni siquiera sospechábamos que tenían una lengua (la extinta revista Babel, que dirigían Martín Caparrós y Jorge Dorio, publicó en el primer número una selección de esa encuesta). Por la Argentina respondieron varios que no consigo recordar quiénes eran, por lo que sospecho que sus respuestas no valían demasiado la pena. Recuerdo en cambio la brevedad de la respuesta de Samuel Beckett: “Porque es lo único que sé hacer”. Recuerdo la del entonces ignoto Jean-Marie G. Le Clézio: se ponía a contar una historia, dejándose llevar por los detalles, y abruptamente concluía su intervención con un: “Bien, por eso escribo”. Recuerdo a un autor de Trinidad y Tobago, cuya respuesta ocupaba dos páginas enteras (y que naturalmente no leí: amo la brevedad; puedo aplaudir hasta a un conferenciante fascista si su discurso es lo suficientemente breve, y puedo abuchear al más progresista si está hablando durante más de media hora; la brevedad es un signo de buena educación). La mayoría describía nulidades, tonterías intercambiables. Pero me llamaron la atención los italianos. Por alguna razón que entonces no supe explicar, todos, con absoluta claridad, sabían por qué, desde dónde, a partir de qué, contra quién y para qué escribían. Años después, viviendo en Italia, pude comprobar que los escritores italianos sufren de un mal que podría llamarse “el mal de Gramsci”: todos parecen escribir detrás de las rejas. Es como si se autoimpusieran una rutina de presidiarios, como si se obligaran a detenerse, en medio de la noche, sentados en sus cuchetas miserables, a reflexionar sobre por qué hacen lo que hacen. No importa si se trata de escritores diletantes o de profesionales: cualquiera tiene en claro esas cosas. Es algo que pude comprobar con los años, entrevistando a escritores italianos. Simplemente para saber si mi teoría seguía teniendo sentido, en determinado momento les preguntaba eso, por qué escribían, y lo que seguía no era, en ningún caso, una reflexión improvisada, sino que siempre fue el recitado de un programa, la declaración de una ética, una estética.

Es algo que adoro poner a prueba con los escritores argentinos. Ante la pregunta la mayoría se encoge de hombros, no sabe qué responder. La respuesta más oída es “porque sí”. Es como si fuera una pregunta excéntrica, algo que no hace a la cuestión. “Porque sí” no es mala como respuesta, pero la repetición la banaliza. Si la misma respuesta de Beckett la hubieran dado cincuenta escritores se habría convertido en una respuesta estúpida. No es que crea que es necesario ser capaz de responder a cosas como ésas para escribir bien, nada de eso. Pero sin duda es indicador de algo. La pregunta es indicador de qué.