El jueves pasado la Casa Blanca emitió un comunicado sobre la llamada que Donald Trump realizó a Mauricio Macri el día anterior. Según el gobierno de los Estados Unidos en la conversación, que duró sólo cinco minutos, “Trump subrayó el liderazgo que el presidente Macri juega en la región. Y lo invitó a visitar Washington en los próximos meses”. Con una inusual amabilidad en las palabras del norteamericano, que se ha vuelvo antidiplomático en el manejo de las relaciones bilaterales, Washington informó: “El presidente Donald Trump enfatizó el fuerte y duradero vínculo bilateral entre Estados Unidos y Argentina”.
Hay que detenerse en los pasos que ha dado Trump al reorientar la política exterior de los Estados Unidos para entender el mensaje de prioridad que la Casa Blanca quiere darle a la Argentina. Con un México señalado por Washington como el principal problema de la crisis de empleo que atraviesan los estadounidenses y una tensión evidente con el presidente Enrique Peña Nieto, y con un Brasil empantanado en una fenomenal crisis política e institucional desde el impeachment a Dilma Rousseff y las denuncias de corrupción que salpican a todos por igual, desde el PT hasta el presidente Michel Temer, Estados Unidos apuesta por Macri como su principal aliado en América Latina.
Es importante entender ese delicado contexto para comprender por qué la Argentina empieza a ser para Trump la puerta de entrada a su “patio trasero”. Algo que las buenas intenciones de Colombia, Perú o Chile —tres socios privilegiados de Estados Unidos en la última década—, no le permiten dar por el peso relativo de esos países en la región. La argentina macrista, en cambio, se muestra como una potencia regional y un actor clave para Trump: Macri le ofrece coincidencias ideológicas y un escenario de ruptura con el “eje bolivariano”. Seguramente por esa razón, según la Casa Rosada, en la conversación telefónica “los presidentes hablaron de Venezuela”.
El “amor” que envía Trump desde el norte parece retomar la senda de las excelentes relaciones que habían mantenido Argentina y Estados Unidos en los 90. Fueron años en los que el seguidismo acrítico de Buenos Aires a Washington se enmarcó en una era de post Guerra Fría tras la caída del Muro de Berlín. Era un contexto difícil para evitar sintonía con el Consenso de Washington, pero el menemismo sobreactuó el vínculo con los Estados Unidos y la hecatombe de 2001 fue tan solo una muestra de aquél error.
Los diplomáticos macristas se esfuerzan ahora en remarcar que, aunque puedan tener algunas coincidencias con la política exterior noventista (libremercado, menor rol del Estado, antiinmigración, etc), de ninguna manera representan la reencarnación de las “relaciones carnales” impulsadas por Carlos Menem. “Nunca vamos a ver una foto de Macri y Trump jugando al golf. Aunque les encanta”, sintetizan los funcionarios del PRO en el Palacio San Martín. La “diplomacia del golf” había sido el vínculo más promovido por Menem para demostrar su cercanía a los presidentes norteamericanos George Bush y Bill Clinton.
Quizá el presidente argentino se niegue a jugar golf en su visita a Washington. Pero será más provechoso para la Argentina mostrar decisión y autonomía en cuestiones más relevantes, cuando Trump —un presidente que en solo un mes ha mostrado desprecio por el resto del mundo—, le pida a Macri su apoyo.