Si bien estos últimos meses permanecerán en nuestra historia colectiva como los de la liberación global de las voces de las mujeres en el mundo del cine, en la política, en el sector sin fines de lucro e incluso en los negocios, hay un sector donde las voces de las mujeres han permanecido sorprendentemente en silencio: la ciencia.
Si bien, la proporción de mujeres dedicadas a carreras científicas ha crecido, aunque muy lentamente, muchas de ellas aún se enfrentan a obstáculos para lograr carreras largas y prósperas, alcanzar puestos de responsabilidad o adquirir acceso al financiamiento. Como resultado, en la Unión Europea, por ejemplo, solo el 11% de los altos cargos en instituciones académicas los ocupan actualmente las mujeres. Menos del 30% de los investigadores son mujeres y solo el 3% de los Premios Nobel de Ciencias se han otorgado a mujeres científicas.
¿Cómo podemos explicar que, después de años de luchar por la igualdad de género, todavía sea tan evidente la representación insuficiente de mujeres en la ciencia? y, sobre todo, ¿cuáles son las consecuencias para nuestro mundo? Son numerosas y debemos buscar colectivamente comprenderlas, tanto para la sociedad que queremos construir, como para el avance del progreso científico y el conocimiento.
Tomemos dos campos de aplicación científica: la salud y el mundo digital. En el área de la salud hay múltiples ejemplos. ¿Nos dimos cuenta, por ejemplo, de que durante mucho tiempo prevaleció la idea de que las enfermedades cardiovasculares eran un problema masculino? Los principales ensayos clínicos sobre la reducción de los factores de riesgo los dirigieron exclusivamente hombres. El estudio de referencia sobre la aspirina como medio para reducir el riesgo de paro cardíaco incluyó a más de 22 mil hombres y ni una sola mujer. Muy lamentablemente, esto provocó un tratamiento inadecuado para las mujeres.
El segundo campo, que es igual de preocupante, es el control de la revolución digital por parte de los hombres y las implicaciones posteriores para las mujeres. En las primeras etapas del reconocimiento de voz, no había dudas sobre el sesgo masculino en el desarrollo del software. Por consiguiente, no hace mucho tiempo, el número de errores de transcripción cuando las mujeres utilizaban aplicaciones de reconocimiento de voz era considerablemente más alto que el de sus homólogos masculinos, ya que las aplicaciones habían sido diseñadas desde el principio por hombres. En el ámbito de la inteligencia artificial, que tendrá un efecto definitivo en nuestro futuro, los estudios también han demostrado que los bancos de imágenes asocian a las mujeres con tareas domésticas y a los hombres con deportes, y que el software de reconocimiento de imágenes no solo reproduce estos prejuicios sino que los amplifica. En contraste con los humanos, los algoritmos no pueden luchar conscientemente contra los prejuicios adquiridos. A medida que la inteligencia artificial invada gradualmente nuestras vidas, los problemas solo aumentarán. Si se utilizan robots para modelar el mundo en el futuro cercano, es vital que los programen hombres y mujeres.
La idea es claramente no decir que las mujeres serían mejores científicas que los hombres, sino tomar conciencia de que necesitamos una comunidad científica más equilibrada en términos de representación de género para no privarnos de la creatividad y el talento de todos, y para diseñar, a través del progreso científico, una sociedad más inclusiva. Urge crear alianzas para una ciencia más inclusiva, con el fin de abordar mejor los desafíos que enfrenta el mundo, al tiempo que avanza el conocimiento para el beneficio de todos.
El mundo necesita ciencia y la ciencia, más que nunca, necesita mujeres.
*Vicepresidenta ejecutiva de la Fundación L’Oréal.