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las trampas de kicillof

Presupuesto 2016: esta vez no es un chiste

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Recuerdo la historia de ese delincuente que, condenado, ingresa en una cárcel donde ya hay presos que cumplen largas penas. A la hora del almuerzo, cuando todos se juntan, alguien, cada tanto, dice un número en voz alta, y todos se ríen. Intrigado, el nuevo preso pregunta la razón y un compañero le responde “ya nos sabemos los chistes de memoria y los tenemos numerados. Alguien dice un número, nos acordamos del chiste y nos reímos”. El nuevo preso, entonces, decide probar y grita ¡veinte!, pero nadie se ríe.
Mira confundido a su informante y éste le responde: “Y bueno, ¡no todos tienen la gracia necesaria para contar un chiste!”.
El ministro Kicillof acaba de presentar un nuevo presupuesto al Congreso. Hubiera podido ahorrarse tiempo y esfuerzo, simplemente numerando, como en el cuento, los ítems que se repiten todos los años y diciendo en voz alta dichos números. Los legisladores que asisten rutinariamente a esta ceremonia todos los años, y dado el dibujo habitual que caracteriza a esta “ley de leyes”, también, como los presos, pudieron haberse reído ante cada número que hubiera voceado el ministro.
Sin embargo, “esta vez es diferente” y el ministro parece haber perdido la gracia necesaria para contar un chiste.
¿Por qué esta vez es diferente? Simplemente porque hasta el año pasado el Presupuesto era un dibujo que ejecutaba el mismo gobierno que lo escribía. Esta vez, en cambio, lo ejecutará un nuevo gobierno. Y el Presupuesto era un dibujo, no sólo por las fantasiosas estimaciones macroeconómicas que le servían de base, sino también, como saben, porque el Ejecutivo, hasta ahora, tenía la atribución de modificar partidas sin autorización del Congreso, y contabilizar como ingresos genuinos montos que, en realidad, corresponden a endeudamiento. Además, como todo está en valores nominales, con alta inflación tampoco los datos reflejan mucho de la realidad.
En este nuevo contexto, el Presupuesto presentado por el ministro incluye varias trampas.
La primera, conceptual. El ministro presenta un Presupuesto “sin ajuste” con el argumento de que la Argentina así está fenómeno, que sólo tiene algunos problemas derivados del mundo y que cualquier propuesta en contrario será obra “de la derecha”, “de la antipatria” de los “enemigos del pueblo”. En otras palabras, sugiere una opción que no está disponible, la continuidad, y luego acusa a quienes proponen cambio, de querer generar un caos y un ajuste innecesario.
La verdad, obviamente, es otra. Como lo muestra el espejo de Brasil presente, o de la Venezuela de estos años, la continuidad no está disponible y ese “número” es un chiste malo, muy malo.
Además de esta trampa conceptual, existen trampas específicas. Si el próximo gobierno decide que parte del ajuste fiscal se haga a través de un incremento de los precios del servicio eléctrico, tendrá que modificar el presupuesto reduciendo los subsidios económicos.
Si decide capitalizar al Banco Central reemplazando los “vales de caja” que le deja este gobierno en el activo por bonos con precio de mercado deberá modificar el presupuesto.
Si piensa arreglar con los holdouts y colocar nueva deuda, también tendrá que ir al Congreso y modificar varias leyes.
Si piensa, en general, revisar el despilfarro presupuestario de la actual administración, también tendrá que reformular el Presupuesto.
Obviamente, todo esto puede hacerse, y es mejor para la democracia republicana y federal que sea producto, con en cualquier país normal, de una negociación en el Congreso.
Lástima que el oficialismo tiene otras intenciones. En lugar de mostrar una actitud colaborativa y abierta, ofreciendo un debate amplio y constructivo poselectoral para concretar un presupuesto consensuado, pretende sancionar el Presupuesto antes de las elecciones presidenciales y obligar al nuevo gobierno a tener que “debutar” modificándolo.
Y allí está la trampa mayor. El oficialismo “duro” se reserva una cuota de poder en el Congreso para poder vetar lo que no le guste y ser el custodio del proyecto, para el que pretenden “la reelección”. Quiere que el próximo gobierno tenga que someterse a la minoría con capacidad de dar quórum o número para votar leyes.
En otras palabras, “mudar” el poder desde la Casa Rosada a los guardianes de la revolución.
Y eso no es un chiste.