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consignas

Prevenir y curar

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Si de juicio y castigo se trata, tiene razón Vicky Donda: quien ejerza la violencia doméstica debe ser juzgado y castigado. Y quien la sufra debe contar plena e inmediatamente con la protección policial y judicial que corresponda, que no le muestren displicencia en las comisarías, que no proceda con extrema parsimonia la Justicia.

Si de distinguir a las víctimas de los victimarios se trata, tiene razón la DAIA: quien recibe los golpes y la degradación es la víctima de la situación y punto; quien golpea y quien humilla es el victimario, y no hay nada más que agregar. Como todas estas aberraciones tienden a suceder en la opaca intimidad de cada casa, en la discreta intimidad de cada relación, y suelen salir a plena luz tan sólo cuando ya es demasiado tarde, es preciso ser muy claros en las definiciones.

Pero si la intención es comprender (y para prevenir, ya que no para curar, comprender es indispensable) los complejos y tortuosos mecanismos de esa clase de violencia, conviene no descartar sin más el “de a dos” que señaló Beatriz Rojkés de Alperovich. No se trata, por supuesto, de repartir las culpas del caso, que están siempre del lado del que agrede; ni se trata, claro está, de cargar de responsabilidad a quien sufre estas circunstancias. Pero hay un aspecto terrible en la violencia de esta índole, que es acaso el más siniestro, que tiene que ver con el modo en que quien la padece se enrosca, en que quien teniendo la posibilidad de irse se queda, en la ilusión que por pura obstinación tiende a hacerse de que las cosas van a cambiar y a mejorar, en la idea atroz que tiende a hacerse de que todo eso que le pasa de alguna forma se lo merece, etc.

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Toda esa zona intrincada y oscura de la que nadie, en principio, tiene por qué sentirse exento, es la que hay que tratar de discernir; más allá de las frases y consignas de rigor, que son ciertas pero se quedan en eso.