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Principio y final

Gracias a una campaña dominada por la negatividad hacia la gestión de Obama, la derecha estadounidense logró la toma de control del Senado.

Barack Obama escucha serio el discurso inicial del presidente Putin.
| AFP

Más allá de respetables opiniones, guste o no guste, y por una variedad de razones que es fácil de sintetizar, los Estados Unidos son el país más poderoso del planeta. Y esto lo ubica en una posición hegemónica, que no es la misma de hace veinte años, pero que sigue siendo potente y, por ahora, bastante difícil de erradicar. De hecho, las elecciones de mitad de mandato de ayer, 4 de noviembre, en los Estados Unidos implican una serie de novedades que en cualquier otro país serían menores en su impacto planetario, pero siendo en los Estados Unidos, afectan de manera directa lo que queda del mandato del presidente Barack Obama. El oficialismo – o sea, el Partido Demócrata – controlaba el Senado hasta diciembre de este año, cuando termina el periodo legislativo. Pero perdió siete bancas y quedó en consecuencia en 45 curules en el Senado, mientras que el Partido Republicano ganó siete bancas, alcanzando la mayoría con 52. La Cámara de Diputados ya era conducida por los republicanos, que ganaron 14 bancas para llegar a 243, las mismas 14 que perdió el Partido Demócrata, que se quedó con 178.

¿Qué significa esto? Para los ganadores de ayer 4 de noviembre – la derecha, en sus diferentes matices - es como si la toma del control del Senado hubiera sido el producto virtuoso de una muy atractiva agenda para crear trabajo, hacer una reforma impositiva, y recortes presupuestarios. Sin embargo, ese no fue el programa ni la agenda de los republicanos. Hoy, el consenso es que esta elección de ayer 4 de noviembre, que ha sido durísima para Obama, consistió, básicamente, en calificarlo de “fracasado”. Los republicanos ganan etiquetando a Obama de encabezar un gobierno “fracasado”. Han remachado sobre esta idea, discurso tras discurso, y en una campaña que implicó 4.000 millones de dólares solamente en spots televisivos. Prometían que el voto de iba a poner final a esos fracasos, y sobre todo a lo que era más controvertido o más opuesto por una parte importante de la población.

Lo cierto es que los Estados Unidos no han sabido o no han podido convivir con algunos éxitos notables que tuvo el presidente Obama. Sin embargo, también hay consenso de que la clave del triunfo republicano fue la naturaleza negativa de su campaña. Esta mañana del 5 de noviembre, en un editorial, el New York Times decía: “La negatividad gana el Senado”. Así que esto les ha permitido a los republicanos, a la derecha, cuestionar y etiquetar como negativa la reforma del sistema de salud; van a deshacer reformas hechas por la Casa Blanca de Obama en materia de sistema bancario y sistema financiero; van a detener una medida virtuosa de Obama, como sus planes para reducir las emisiones de carbono, que contribuyen al cambio climático global, y van a tratar de echar atrás las reformas a la leyes de inmigración y a la inversión en educación. ¿Es esto nuevo? No, no es nuevo.

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Esta campaña basada en la pura negatividad no puede sorprender a nadie, ni a Obama ni a los republicanos. Sobre todo desde que Obama, el primer presidente negro, juró, es evidente que se echó encima enemigos muy poderosos. Prácticamente el 100% de las iniciativas de Obama fueron confrontadas por los republicanos, y fueron estos republicanos, o sea la dura y cruel derecha norteamericana, la que hizo todo lo que pudo - y no le fue mal - para convertir a Obama en un político débil y poco efectivo. Ahora, lo que pasó también con el pobre Obama, es que la mayor parte de los candidatos de su partido tomaron distancia de él, y se negaron a defenderlo, e inclusive a proclamar que el gobierno de Obama había hecho progresos sustanciales en materia de creación de empleo o de crecimiento económico durante su administración.

Así que ahora le va a tocar a Obama hacer frente a un Congreso, en estos dos últimos años de su mandato, que va a ser duramente opositor, y va a repudiar el liderazgo del presidente. Esto habla también de las falencias del Partido Demócrata, dividido en grupos de sectores o de facciones muy específicas, y que, en rigor de verdad, nunca siquiera se propusieron defenderlo en serio. Lo que se llama la “captura del Senado” por parte de la derecha norteamericana le pone punto final a toda una larga estación de descontento, y puede inclusive anticipar un par de años todavía más duros.

Obama fue convertido en un indeseable en la mayor parte de las diferentes disputas electorales en cada estado. Y su administración quedó realmente al costado en toda esta etapa final. De manera tal que lo que viene ahora es bastante incierto. Las noticias de última hora hablan de una convocatoria para este viernes 7 de noviembre en la Casa Blanca, a la que el Partido Republicano ha jurado ir, para tratar de armar – entre Gobierno y oposición - una agenda factible, visible y probable en la que puedan trabajar juntos. Es evidente que el programa original de Obama ya no se va a poder concretar. En una conferencia de prensa dijo, típico del lenguaje y la filosofía norteamericana, que tratará de buscar un acercamiento bipartidario en asuntos que sean de interés mutuo. Por eso la invitación a los líderes republicanos a la Casa Blanca.

Dos años después de una reelección que fue clamorosamente triunfal, estos resultados han demostrado que los norteamericanos no están de acuerdo ni siquiera con los datos positivos de la gestión de Obama. El déficit cayó a la mitad, el desempleo está por debajo del 6%, el precio de la nafta ha caído muchísimo, y la economía está creciendo a una tasa que el New York Times califica de “decente”. Esto no alcanzó, lo que revela la importancia de los temas culturales y sociales en el tejido de una mentalidad nacional. Los Estados Unidos parecen no prestar oídos a los logros de Obama y a su convocatoria a un país menos desigual y más armónicos.

Dos años quedan entonces por delante, que serán duros, espinosos y complejos, al cabo los cuales los Estados Unidos tendrán que elegir el comienzo de una nueva era. No fue una jornada luminosa para quienes tenemos profundo afecto por la democracia norteamericana. La gente, la que fue a votar, que es una minoría inferior al 40%, parece querer otra cosa, y en los sistemas democráticos, las cosas van por el lado por donde las vota la gente. Esta es la síntesis de una jornada que importa mucho porque se desarrolló en el seno del país más poderoso del planeta.

(*) Emitido en Radio Mitre, el miércoles 5 de noviembre de 2014.