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opinión

Prudentes y arrogantes

Más allá de un optimismo que suena un poco forzado, creo que Botana y Sanguinetti tienen el derecho a estar cansados.

Pocas horas antes de escribir esta nota, recibí un libro que se llama La experiencia democrática (cuarenta años de luces y sombras. Argentina 1983-2023). Su autor es Natalio Botana, un prestigioso historiador al que le falta poco para cumplir 100 años. Algo menor es quien escribe el prólogo, el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti. Uno puede encontrar entre ambos más de una afinidad, además de que no están para hacer de galanes jóvenes en la telenovela. Botana y Sanguinetti tienen la posibilidad de disentir y estar de acuerdo al mismo tiempo, como veremos más abajo. El epílogo del libro se llama: “La tormenta reaccionaria”. Escrito poco antes de que la Corte Suprema dejara firme el fallo que condenaba a Cristina Kirchner, es muy útil para aclarar la posición política de Botana: un liberalismo clásico, ligeramente de izquierda, que se rige por el axioma de lo que llama “la democracia de las tres libertades” que son la civil, la política y la social. Se podría decir que Sanguinetti ocupa una posición en espejo, ligeramente hacia la derecha del centro liberal, y se rige por otro axioma: “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea imprescindible”. Se trata de dos lemas diferentes, pero no necesariamente incompatibles.

Es que tanto Botana como Sanguinetti pertenecen a una generación que, ya sea desde la política, la academia o el periodismo, asistieron al desarrollo del mundo posterior a la Segunda Guerra y, especialmente, a la paz europea que trajo “los treinta años gloriosos (1945-1975)” que Botana define en estos términos: “Los del Estado de bienestar unido al crecimiento, la Europa sin fronteras de la abundancia, más igualitaria, meca del turismo, museo del mundo”. Pero algo empezó a ocurrir a partir de entonces, algo se rompió y el mundo se oscureció, a pesar de la caída del bloque soviético y del surgimiento de nuevas democracias en el mundo. Hubo desde entonces, especialmente en América Latina, revoluciones mesiánicas y represiones violentas, el populismo irrumpió en la escena política mientras la ideología woke lo hacía entre los académicos hasta que, finalmente, un público descontento por la gestión endogámica de los políticos y agobiado por la burocracia empezó a votar a los líderes de la nueva reacción que prometían “abolir la casta”, para usar las palabras de un presidente argentino que despierta temor en el terreno doméstico e internacional pero también simpatía, al igual que Donald Trump, su primo más grande.

Uno puede ver que Botana y Sanguinetti están preocupados por Milei, pero también están preocupados porque la única opción frente a las distintas formas liberales vuelva a ser el kirchnerismo y su irremediable vocación de decadencia. Más allá de un optimismo que suena un poco forzado, creo que Botana y Sanguinetti tienen el derecho a estar cansados: contrastan su prudencia y sus maneras con las del debate político actual. Y también contrastan con las de otra generación de historiadores, los artífices de Paka-Paka, de la defensa del corrupto caudillo suburbano Barceló o de la divulgación del populismo histórico. Sus voces estridentes se hicieron oír esta semana: intolerantes y soberbios, su trabajo como cuadros académicos desde el clóset del kirchnerismo le agrega tristeza a un ambiente intelectual sombrío.

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