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Pudo ser Fontanarrosa

Le pusieron Cablevisión al campeonato. Pudo ser Fontanarrosa. Pero al final, en un alarde de sinceridad, le dieron ese nombre al engendro miserable parido al cabo de la cópula del diablo con una bruja borracha.

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Le pusieron Cablevisión al campeonato. Pudo ser Fontanarrosa. Pero al final, en un alarde de sinceridad, le dieron ese nombre al engendro miserable parido al cabo de la cópula del diablo con una bruja borracha. Padres de una criatura desvalida, desamparada, la televisión del fútbol y los demás firmantes se levantan como un ejército de Hulks que aparece de atrás de la montaña y cada vez se hace más grande e invencible. Las modestas hondas y las pequeñas lanzas de madera de los aficionados, eso que vienen a ser sus protestas a los pocos medios que pueden escucharlos, están vencidas de antemano. Millones de excluidos, otros cientos de miles de rehenes del cable, el botín de decodificadores, nuevos abonados y el eterno robo perpetrado al fútbol se consuman en una lucha desigual. Ante la batalla absurda –todo se resuelve con los Hulks caminando por encima del ejército derrotado– el Gobierno mira para otro lado y el periodismo cautivo aplaude frenéticamente. ¿Se puede hacer periodismo contando el miserable robo de un arquero suplente, diciendo que Estudiantes ganó un intenso partido y que Vélez se mandó una pequeña hazaña? Más del 90 por ciento de los actores de la noble profesión están en la onda. Y como se puede, se hace. El arte de disimular. Periodistas enérgicos (gente que parece decir la justa) se ocupan de los árbitros y los líneas, hablan de las barras bravas, discuten sobre las tácticas y el fútbol que le gusta a la gente, y pasan por caja a fin de mes, lo más campantes. El Gobierno sabe quién es Grondona, nadie puede no saberlo en el país. Trata diariamente con las empresas que lo dominan. Saben cuánto grupo hay en el asunto. Pero no está dispuesto a dar la batalla. Sueña, quizá, con destruir a un gigante que al final, lo sabe, le jugará siempre en contra, una vez consumados sus caprichos, y calmada su voracidad, pero no se anima. El coraje del atril famoso conoce sus límites. Es esa inteligencia su debilidad moral. El Real Madrid, sólo el Real, recibió por sus contratos para 2007, unos cuatro mil cuatrocientos millones de pesos argentinos de Mediapro, la empresa que compra fútbol en España. El Atlético Madrid, más de 1.200 millones de pesos. Basten esos ejemplos –y no haga la suma, para poder hacer la digestión– para calibrar la estafa perpetrada cuando se menciona los 180 millones que recibe el fútbol argentino. Los pobres dirigentes, cómplices o incapaces, no conocen los contratos. Esperan sentados algún viaje de familia a los próximos partidos internacionales o la jauja de los chárters del Mundial. Todo lo firman, nada desaprueban. La gremial de jugadores observa en silencio cómo son explotados por un mercado deprimido, esperando que algún pase los eyecte del país. El torneo se inicia al cabo de una sangría que lo arroja en los brazos de la indigencia. River roba un arquero de la reserva por la madrugada. El técnico de Racing no sabe con qué jugadores cuenta para el debut. Boca y River no se pueden dar un sólo gusto y, si se va Riquelme, el mayor atractivo del campeonato –eso es bueno– es la ausencia de favoritos. La televisión ahora pasa diez partidos cuando hace un año, sólo un año, Grondona proclamaba que de ninguna manera se estaba estudiando dar el séptimo. Eran los días en los que aseguraba que los 180 millones que ofrecía el Hulk mayor del país, no alcanzaban para nada. Trescientos días después, los partidos son diez, y la plata es aquella que para nada servía a los clubes. El único drama de la vida de Grondona son los archivos con esa voz suya diciendo cualquier disparate que luego corrige o al revés, o todo al mismo tiempo. Serio, sincero, paternal, inimputable.
Los juveniles ascienden sin quemar etapas. Se compran jugadores del ascenso. Se repatría a los que se hastían de andar por el mundo y ya no pueden hacer una diferencia económica que lo justifique. Se arman de nuevo equipos que durarán cuatro meses. Y los periodistas, sobre todo los que nunca podrán mencionar la estafa, los grandes simuladores, dirán que se juega pegándole de punta y para arriba y criticarán a los sanjuaninos porque no tienen grandeza y se plantan defensivamente en la cancha de Boca. Le llaman Cablevisión al campeonato. Pudo ser Multicanal, TyC, Tricsa, Torneos y Competencias, un par de nombres de radios o de diarios. Estaba bueno para ponerle Fontanarrosa. Negro Fontanarrosa. ¿No suena lindo? Pero así está bien. Que le llamen Cablevisión. ¿Acaso un señor García, cuando pone un boliche, no lo bautiza Casa García? Cablevisión y hermanos S.A. en una puesta en el aire de Julio Grondona, con la asistencia de los dirigentes fulanos de tal, y la aquiescencia de los artistas que serán usados, presenta el Apertura 2007. Dale que va, dale nomás. ¿Será verdad, al menos, que allá en el horno nos vamo a encontrar?