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Puré de papas

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

La semana pasada promedié el relato de las dichas y desdichas del erudito utopista Guillaume Postel, que a mediados del siglo XVI no cejó en su esfuerzo por difundir la atendible ilusión de que Dios hablaba en hebreo en tiempos del Génesis y que esa lengua, convertida en internacional, serviría en el presente histórico para obtener la paz planetaria y persuadir a los credos no cristianos de la conveniencia de sumarse al signo de la cruz, en cruzada liderada por Francisco I, rey de Francia. Hoy podríamos decir que nadie más fastidioso que el convencido de tener una misión y habitado por la insólita creencia en la necesidad de su difusión. Al menos eso habrá pensado el monarca, que lo sacó carpiendo. “¿Te pensás que no tengo bastantes problemas?”, etc. (Postel fue un precursor. Un siglo más tarde Leibniz haría el mismo gesto destinado a Luis XIV, que tampoco le dio bola).

Como una golondrina no hace verano, Postel persistió en su causa y fue a ver a Ignacio de Loyola al Vaticano. En Roma, el inventor del ejército jesuítico lo recibió, faltaba más. Desde luego, el lector inteligente anticipará la respuesta de Loyola cuando, como frutilla al postre conceptual, el pelmazo le propuso que la causa de la concordia universal la liderara un francés. ¡A un español! (Tal vez hay cierta rigidez, excusable siempre en los padres fundadores de cualquier cosa. De seguro “nuestro Francisco I”, es decir, el jesuita Bergoglio, habría sido más amable y receptivo con el pobre Postel. Después de todo, peronistas, es decir ecumenistas, somos todos.)

¿Podrás creer que de nuevo quedé corto en medio del asunto?