Las invectivas de la diplomacia occidental parecieran tener un destinatario repetido: Vladimir Putin. El 13 de febrero se conoció la renuncia del general (R) Michael Flynn, consejero de seguridad nacional de Donald Trump.
La dimisión tomó estado público luego de que Flynn reconociera que había informado de modo incompleto al vicepresidente electo, Mike Pence, sus conversaciones con el embajador ruso Sergei Kislyak. Flynn habría requerido al diplomático no reaccionar intempestivamente ante las sanciones del gobierno de Barack Obama, aplicadas luego de conocerse la “campaña sucia” que llevó a la derrota de Hillary Clinton. La contrapartida sería una revisión de las sanciones cuando Trump asumiera.
Debe recordarse que la CIA, el FBI y la NSA presentaron un informe en el que acusaron a Moscú de interferir en los resultados de los comicios estadounidenses. Tras ello, Obama se comunicó con Putin para advertirle que las operaciones cibernéticas podrían ser consideradas como potenciales “actos de guerra”. Seguidamente, ordenó la salida de 35 diplomáticos rusos y aplicó sanciones sobre organismos y empresas de ese país.
También en Europa se han levantado voces en contra de la Federación Rusa. Desde la OTAN se plantea que el Kremlin se halla embarcado en una campaña para afectar los procesos electorales europeos. Los servicios de inteligencia temen la concreción de ciberataques orquestados desde Moscú, con el objetivo de favorecer a las fuerzas políticas “populistas y pro rusas”.
Ligan esta estrategia –en un estiramiento forzado– a la denominada “doctrina Gerasimov”. Valery Gerasimov, un general que es jefe del Estado Mayor de las FF.AA. rusas, ha afirmado: “Es cada vez más frecuente que se dé prioridad a un uso conjunto de medidas de carácter no militar, políticas, económicas, informativas y de otro tipo, que se ponen en práctica con el sostén de la fuerza militar. Son los llamados métodos híbridos”.
El panorama se completa con la información, revelada por The New York Times, sobre el despliegue en secreto por parte de Rusia de un nuevo sistema de misiles de crucero. Ello implicaría una violación al tratado suscripto por los presidentes Reagan y Gorbachov en las postrimerías de la Guerra Fría.
Las opiniones de los expertos basculan entre las que remiten a una “relación especial entre Trump y Putin” y las que, contrariamente, postulan que sólo es cuestión de tiempo el inicio de una “nueva Guerra Fría”. Los primeros advierten que una alianza con Moscú permitiría contener el ascenso de China. Se trataría de un movimiento inverso al pergeñado por Nixon y Kissinger a principios de los 70, cuando Washington se acercó a Beijing para contener a los soviéticos. Los segundos señalan que a pesar de los costosos errores iniciales de Trump, finalmente primará una política de línea dura con los rusos.
Más allá de la coyuntura, hay un asunto estructural que merece atención: el lugar de Rusia en el sistema internacional. Aquellos que tienden a minimizar el papel de Moscú suelen hacerlo a partir de un enfoque que pondera lo económico sobre otras variables. El mundo que se avecina no pareciera encajar en este encuadre.
Es cierto que, luego de una década de crecimiento al 7% anual (1998-2008), la economía rusa se estancó. Ello se debe a las limitaciones de un modelo basado en la exportación de gas y petróleo, cuyos precios se redujeron a más de la mitad. El PBI se contrajo 4% en 2015 y 0,9% en el primer semestre de 2016.
No obstante, pareciera que la identidad rusa pasa por otro carril. Desde 1999, cuando Boris Yeltsin lo designó primer ministro y le encargó conducir la segunda guerra de Chechenia, el actual presidente lleva –con amplio respaldo popular– más de 17 años en lo más alto del poder.
Con cuatro conflictos bélicos sobre sus espaldas (Chechenia, Georgia, Ucrania y Siria) y la decisión férrea de ocupar un lugar preponderante en la geopolítica mundial, Putin tiene claro dónde reside el orgullo de la “Gran Rusia”. El ideal de grandeza atraviesa concepciones ideológicas diversas, que van desde el zarismo hasta la actualidad, pasando por el imperio soviético. A la concepción geoestratégica apoyada en los instrumentos militares, hoy se suma la dimensión cibernética. Herramientas nuevas que no alteran la tradición.
En el mundo de Trump, del Brexit, del nuevo proteccionismo y de las “guerras híbridas”, la Rusia de Putin no será un convidado de piedra.
*Profesor de Relaciones Internacionales. Investigador (UBA-UNQ).