En correspondencia con la furia desatada por bajar la edad de imputabilidad de menores, se observa una intención notable de minimizar la acción de los psicofármacos y el alcohol, ambos productos de venta legal y profusamente publicitada, en la actitud violenta de los jóvenes delincuentes. Se los desplaza habitualmente por la fantasmal figura del ilegal paco, la droga de los violentos jóvenes pordioseros, que se obtiene, por supuesto, en los márgenes, donde desembocan los desaguaderos sociales.
Sabemos que no es así y en líneas generales, si no el mismo paco, su desproporcionado despliegue mediático es ya un mito urbano.
En efecto, el perito del equipo técnico de menores del Poder Judicial y docente de la Universidad de Córdoba, Norberto Cosacov, realizó un pormenorizado estudio sobre los menores que pasaron por los juzgados correccionales de su provincia entre 2006 y 2007.
Según Cosacov, las variantes arrojadas en la encuesta de Córdoba se corresponden a las obtenidas en todas las grandes ciudades del país. El estudio muestra que la mayoría de los jóvenes que delinquen no provienen de hogares indigentes (esto es con ingresos inferiores a $ 600 mensuales para cuatro personas), sino de hogares pobres y de clase media baja, con ingresos por hogar entre 600 y 2.000 pesos mensuales.
Siete de cada diez afirman que no roban para comprar drogas sino elementos que transfieren estatus como telefonía móvil, ropa y calzado de lujo y, adicionalmente, financiar salidas y entretenimientos; por otra parte, la mayoría de los encuestados sostiene que querría irse del barrio que habita, y su sueño más reiterado es el de poner un maxikiosco. El 34% admite consumir regularmente alcohol; el 21%, marihuana; el 18%, pastillas mezcladas con alcohol; el 14%, pegamento y el 7%, cocaína. El 51% dijo que no salió a robar drogado. El 33% dijo haber sufrido maltrato infantil y el 40% no quiso responder a esa pregunta.
La mitad de los jóvenes entrevistados no supieron qué contestar cuando se les preguntó qué harían, de ser jueces, con un caso como el suyo. El 16% dijo que lo dejaría libre y el 19% optó por darle otra oportunidad. Ninguno de ellos usaba piercing o se teñía el pelo, pero la gran mayoría exhibía sus tatuajes como símbolo de pertenencia y expresaban, tanto en su vocabulario como en los comentarios, un fuerte nivel de racismo.”
Insistimos en que no se registra el uso del paco de manera estadísticamente significativa en el gran Córdoba. El estudio señala además que el 70% de lo jóvenes delincuentes no comete delitos mayores o violentos, tampoco homicidios y si la muerte de la víctima finalmente sucede, estos pocos casos resultan homicidios no buscados, de carácter preterintencional.
La característica socioambiental que más se repite en estos jóvenes y adolescentes delincuentes es el abandono escolar o la repitencia y, reiteramos, el objetivo del delito es acceder a ingresos complementarios no para ayudar a las familias de origen sino, como se advirtió, para diversión y acceso a objetos que transfieren estatus y poder. No cometen delitos por “comida”, menos “mandados por sus padres, tutores o encargados” que según los estudios, en un 95% rechazan esta actividad delictiva de los jóvenes.
No debe insistirse en el plato de lentejas y los jóvenes marginales, como vector y móvil central del delito juvenil en la Argentina actual, imagen estereotipada por el discurso de los reformadores sociales de izquierdas y derechas.
Tras la salida de la megacrisis, los objetos que transfieren estatus, poder y permiten sostener la ilusión de “pertenecer”, parecen estar en el centro de las expectativas de los jóvenes delincuentes, la mayoría proveniente de sectores sociales con seguridad alimentaria garantizada o de clase media baja.
En síntesis, delicias de vivir en una sociedad poblada de salvajes contrastes materiales y simbólicos: ¡joven argentino!... just do it.
*Director Consultora Equis.