El conflicto con los holdouts ha sido el protagonista indiscutido de la coyuntura local en el pasado mes y medio. Pero no hay que descuidar que ningún desenlace asociado a esto –continuar en default o no– resolverá los desequilibrios macroeconómicos que han apagado el crecimiento económico local, y que difícilmente sean resueltos por el actual gobierno. Por tanto, resulta fundamental comenzar a pensar el escenario que se avecina tras las elecciones de 2015. En este sentido, las oportunidades están a la vista, pero para aprovecharlas la próxima gestión que asuma la conducción del país deberá sortear importantes desafíos.
Efectivamente, la saga holdouts que dominó la escena económica y política local en las últimas semanas tuvo su desenlace al menos parcial el pasado jueves, cuando se produjo el evento de default. Sin embargo, dado que (al menos al cierre de esta columna) aún se mantienen las negociaciones entre privados, todavía resulta factible un escenario de acuerdo que permita salir rápidamente de esta situación, lo que permitiría evitar buena parte de las consecuencias económicas, políticas y sociales de una situación como ésta.
En cualquier caso, es importante destacar que aun cuando no puede negarse que lo que suceda en la saga holdouts tendrá consecuencias relevantes sobre el futuro de Argentina –especialmente en el corto plazo–, este desenlace no hará otra cosa que agravar o suavizar los desequilibrios existentes.
No hay que perder de vista que incluso un escenario favorable que evite una prolongación del default no resolverá los problemas macroeconómicos que apagaron el crecimiento económico. Fundamentalmente, la distorsión de precios relativos clave para la economía, principalmente en lo que respecta al tipo de cambio real y las tarifas de los servicios públicos, que genera todo tipo de consecuencias e inconsistencias. Esto es lo que está detrás del deterioro acelerado de las cuentas fiscales, del saldo comercial, de una inflación alta y en ascenso, presiones sobre el tipo de cambio, y varios etcéteras más.
La situación energética merece un punto aparte. Es que este problema ya hace tiempo dejó de ser un tema exclusivamente sectorial y se ha convertido en una de las principales fuentes de desbalances de la economía, con efectos negativos tanto en las cuentas fiscales como en las externas. Basta con mencionar que el gasto en subsidios a la energía representa nada menos que 3,5% del PBI, explicando casi 80% del rojo fiscal y superando en más de siete veces lo destinado a la Asignación Universal por Hijo.
A esto se suman otros aspectos –algunos menos urgentes pero igual de importantes–, como el déficit de infraestructura (energética, pero también vial y de telecomunicaciones), el escaso desarrollo del mercado de capitales, la baja formación de capital humano, y la ineficiencia de la tributación y el gasto público.
Y finalmente, una cuestión fundamental. Es difícil prever una recuperación económica sostenida sin reglas de juego estables y creíbles. En particular esto resulta clave para los sectores que presentan ventajas comparativas, como la energía, la minería y el agro: en estos casos, la construcción (o restablecimiento) de un marco regulatorio adecuado y estable será una condición indispensable para que se canalicen las inversiones.
Así, si bien la lista de problemas resulta extensa, es difícil creer que será el actual gobierno el que logre resolverlos, con o sin acuerdo con los holdouts. Es que, en general, las autoridades han mostrado una escasa vocación para buscar soluciones a los problemas, apuntando a atacar sólo sus efectos (ej. cepo cambiario), o a comprar tiempo. De hecho, esto último fue el eje rector de la política económica en lo que va del año.
Primero a través de un giro de la política monetaria/cambiaria (devaluación+apretón monetario) que permitiera “llegar” a la liquidación de la cosecha, y luego apostando a conseguir financiamiento externo en el segundo semestre, solución que obviamente ha quedado en stand-by tras el revés judicial con los bonistas que no entraron al canje.
Por tanto, de aquí a 2015 la economía argentina seguirá sumida en sus desbalances (con mayor o menor intensidad según se logre salir rápidamente del default o no), y con ello, seguiremos viendo una economía –por lo menos– en punto muerto. ¿Pero qué se puede esperar en el mediano plazo?
En este caso, las oportunidades se vuelven más visibles, de la mano de un mundo que seguirá dominado por la creciente demanda emergente de bienes básicos, y dado que Argentina cuenta con un “doble bono”. Por un lado, el bono de recursos naturales: el país puede consolidarse como uno de los principales proveedores de commodities a nivel global dado que cuenta con las condiciones naturales para tener una oferta excedente de alimentos, recursos energéticos no convencionales, y minerales. Por otro lado, Argentina posee el bono demográfico. El nuevo siglo abrió a pleno una “ventana de oportunidad demográfica”, que estará abierta hasta aproximadamente mediados de 2030, dado que en este período el país contará con una mayor cantidad de personas en edad de trabajar en relación con las personas que no trabajan. Esto es una oportunidad porque, al haber más gente trabajando aumenta el ahorro y, por ende, la capacidad de acumular capital para invertir, crecer y aumentar la productividad.
Estas oportunidades son conocidas por todos, y de hecho han llevado a la creencia generalizada de que la próxima gestión que asuma a fines de 2015 podría conducir la economía por un sendero de expansión sobre bases sólidas llevando a cabo sólo algunos pocos cambios en materia de política económica y logrando acceso al financiamiento externo, de la mano de un giro favorable en materia de expectativas.
Pero aun cuando no puede negarse lo anterior, y si bien es cierto que las expectativas jugarían a favor de un cambio de ciclo político acelerando la recuperación, esta visión parece un tanto simplista. Es que el próximo gobierno deberá resolver previamente los desequilibrios existentes para aprovechar las oportunidades que se presentan, tarea cuya complejidad no debe ser minimizada.
Para esto, será necesario diseñar un plan integral que contemple metas graduales alcanzables para las variables fuera de línea (como la inflación y el déficit fiscal), acuerdos generales entre todos los sectores y actores de la economía, y la determinación de reglas del juego estables.
Obviamente, se trata de desafíos importantes, pero no imposibles de sortear. Sin dudas, la experiencia de algunos de nuestros vecinos –como Chile y Brasil en las últimas décadas– puede resultar útil a la hora de diseñar posibles caminos a seguir en el mediano plazo para favorecer un proceso de crecimiento sostenible anclado en la generación de empleo y la inversión.
*Ex secretario de Industria de la Nación.