La crisis del fútbol está llenándonos de ansiedad. Todos queremos que el Apertura empiece de una vez. El problema es que, desde hace muchos años, el torneo comienza a como dé lugar. Esa acumulación de arrancar “como sea” es la que nos trajo hasta esta situación.
La cosa había ya explotado en 1999. El martes 20 de julio de aquel año, en el predio de la AFA en Ezeiza, se reunieron los presidentes de los clubes de Primera, los del ascenso y los de las ligas del interior. Se juramentaron y acordaron controles estrictos trimestrales de ingresos y egresos de dinero y la vuelta a los torneos largos. Se discutieron otros ítems, aunque sin acuerdo, como las sociedades anónimas macristas contra la figura de la “asociación civil sin fines de lucro” que proponían Emilio Chebel (Lanús) y Raúl Gámez (Vélez). Hoy, a diez años de esta discusión, Boca debió vender a Rodrigo Palacio casi a un precio vil. Hace un par de años, era “la joya” y valía cinco veces más. Y Lanús y Vélez, propulsores de aquel antiguo pero eficaz modelo, se mantienen en lo alto, uniendo éxitos deportivos con un sostenido crecimiento institucional.
Está claro que una década después no hubo controles (de hecho, la mitad de la deuda total de los clubes es con la AFA) ni torneos largos ni clubes saneados ni los ingresos por televisión son el principal sustento. Salvo Estudiantes, Vélez, Lanús y Gimnasia de Jujuy, que descendió, el resto le debe a cada santo una vela. No todos los casos son iguales. Boca –por ejemplo– está en Europa de gira, cotizándose en euros y aliviando algunos números poco felices. Pero, por citar un caso, San Lorenzo acaba de contratar a Migliore, al Kily González, a Cristian Leiva, busca a Bottinelli, arregló el Pipi Romagnoli… ¿No va a pagar la deuda que tiene, por ejemplo, con Santiago Solari? ¿Y la que tiene con Orión? ¿Y la del Chaco Torres?
Independiente estuvo inhibido por su deuda con Agremiados hasta hace poco. Les debe una fortuna a dos bancos, a jugadores que se fueron, a otros que están, está construyendo un nuevo estadio. Arrancó con austeridad: trajo a Luciano Vella, Walter Acevedo y Walter Busse. La venta de Montenegro al América de México le dio un poco de aire y, con ese aire, arribó Andrés Silvera.
Desde Canadá, Gorosito dijo que no se imagina la vida sin refuerzos. Alguien que corta grueso en River le mandó un mensaje claro: “Si no se vende, no se compra. Y si a Pipo no le gusta, ya sabe lo que tiene que hacer”. Los reclamos del DT enmudecieron “redepente”, como diría la inolvidable Niní Marshall. Es cierto que vendió a Falcao, pero su pase tiene varios dueños.
Entre la repartija del dinero de la transferencia y el pago de una importante deuda acumulada con él, al club no le quedó casi nada. O sea: vendió a su mejor jugador y no le quedó plata para reemplazarlo con alguien de igual jerarquía.
Racing es un casting permanente. ¡¡¡Caruso Lombardi llegó a probar a un jugador para decirle a un amigo cómo juega!!! “Es el estilo de Caruso”, nos dicen. El entrenador tiene un mérito enorme. Puso al equipo a cubierto de riesgos de descenso, hizo un equipo con nada en pleno campeonato y trabaja todo el día. Pero probar a 150 jugadores en un club como Racing es una de las caras más nítidas de la crisis.
La vereda opuesta la ocupan los de siempre. Lanús vendió a Sand para no cortarle al jugador la chance de que salve económicamente a su familia, no porque lo necesitara. Valeri fue a préstamo al Porto y al club le quedaron más de dos millones de euros. Todavía cobra beneficios por la venta de Lautaro Acosta al Sevilla y se sacó de encima sueldos altos, como los de Bossio y Graieb. Vélez no hizo locuras para retener a Larrivey y luego de preguntar por Luciano Figueroa decidió arreglárselas con Ro Ro López y recuperar al Roly Zárate. En Estudiantes, la salida de Andújar servirá para que Damián Albil tenga su oportunidad. Acá tampoco hay desquicio: el Tecla Farías está lejos en plata y distancia, entonces, hay que armar el equipo sin él. Y a nadie se le cae ningún anillo.
No sólo en los pases el fútbol argentino funciona mal. Los operativos de seguridad son los más caros del mundo. En Lanús, Argentinos o Banfield, por ejemplo, la policía se lleva la mitad de lo que recaudan en condición de local. Salvo en los clásicos o en los partidos contra los clubes grandes, nunca embolsan una buena suma de dinero cuando juegan en casa. Un disparate. Se hizo una industria de la llamada “violencia en el fútbol” y lo paga el fútbol, cuando en países de primer mundo futbolero, la seguridad está a cargo del Estado.
Y es lo único que el Estado debe pagarle al fútbol. En Argentina, no debería entremeterse en cuestiones privadas, como lo hace en el contrato AFA-Torneos y Competencias. No está en condiciones –estando como están en el país la salud y la educación, por mencionar sólo dos ítems– de ofrecer la fortuna que ofreció (600 millones de pesos) para televisar partidos por el canal estatal.
Es un dislate.
Torneos y Competencias hizo una oferta para desatar el nudo del conflicto. Propuso pagar la deuda con Agremiados (30 millones de pesos) para que los futbolistas cobren y la pelota empiece a rodar mientras se solucionan otros problemas. El préstamo sería devuelto en cómodas cuotas. Julio Grondona no quiere esto, sino que aumente el abono básico del cable, anular los partidos codificados y de allí sacar la plata para cubrir la deuda global, que actualmente supera los 700 millones de pesos. Debe ser la primera vez que la tele y la AFA están enfrentados. Seguramente, la AFA negociará con Torneos y el campeonato empezará.
Lo que sería realmente saludable es que los dirigentes –actores fundamentales de este sistema perverso– barajaran y dieran de nuevo otra vez. Ya no los salvará la venta de ningún jugador –porque los vendieron a todos– ni el dinero de la televisión, porque se lo gastaron todo y más también. No
les queda margen de error, tienen que hacerlo bien.
Así, con este panorama, la situación está cerca de ser irremontable.