COLUMNISTAS
Los argentinos en la Ciudad Luz

Que nadie se ilusione

Hay decenas de referencias para dar si uno pretende explicarle qué significa Roland Garros a un fanático del tenis que jamás haya pasado fines de mayo por el Bois de Boulogne.

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Hay decenas de referencias para dar si uno pretende explicarle qué significa Roland Garros a un fanático del tenis que jamás haya pasado fines de mayo por el Bois de Boulogne. París en sí misma ya propone infinidad de datos para convencer al más escéptico de por qué vale la pena invertir tiempo y dinero en un  viaje de este tipo. Y para quienes hemos estado más de una vez allí, éste es un momento de enorme y sana nostalgia.
Puedo decir que es el torneo “argentino” por excelencia, que tiene la épica de las más duras y largas batallas del polvo de ladrillo, o que mirar tenis es sólo una parte del asunto: lo demás empieza por las acomodadoras, que parecen escapadas de un desfile de Ives Saint Laurent, que reciben a Jean Paul Belmondo, y concluye en los anocheceres de un bosque reservado a las más impactantes puestas en escena de los más insospechados travestis latinoamericanos.
En lo deportivo, no recuerdo haber visto allí el mejor tenis de los cuatro grandes; es más, si me apuran, creo que se ven muchos partidos superiores tanto en Australia como en Estados Unidos. Y hasta en Wimbledon, en tanto uno soporte y entienda que cada punto en el tenis comienza con un saque y que, por tal razón, es de virtuoso sacarle provecho a ese recurso. Para colmo, dentro del concepto de infinito que propone el tenis, cinco sets sobre polvo de ladrillo, sin tie-break en el quinto, pueden retenerte 5 o 6 horas en una decena de partidos para un solo torneo.
Este año, además, el torneo cerrará la más conflictiva temporada europea de canchas lentas de las que tengo memoria. La irrespetuosidad manifiesta por las autoridades de la ATP respecto de este tramo del circuito provocó no sólo varias declaraciones contundentes de los principales jugadores del mundo, sino también desde un cuarto de final y dos semifinales inconclusas en Roma, hasta la deserción directa de un par de figuras ya frente a Roland Garros.
No es éste un espacio destinado hoy a enumerar las medidas anti-polvo de la ATP, pero desde la decisión de sacar al abierto de Hamburgo como uno de los Masters Series, hasta achicar en un par de semanas la temporada de tierra –tres MS y un Grand Slam terminan jugándose en menos de dos meses–, todo tiende a hacer pensar que a los que manejan la ¿gremial de jugadores? el polvo de ladrillo les cae como el culo.
Por cierto, esta vista macro que apenas constituye una alerta para que nadie se ilusione con gran nivel de juego en estas dos semanas tiene un interés relativo cuando por estos pagos empezamos a vivir las dos semanas que tenísticamente más nos apasionan. Es un momento extraño para nuestro tenis, y me animaría a decir que sólo pegar un par de semifinalistas en París permitiría quitarle el rótulo de mediocre a la performance de nuestros jugadores en la parte del año en la que mejores noticias solemos tener. Sin embargo, sólo en los varones, hay 15 jugadores argentinos en el cuadro principal. Hasta nos daremos el gusto –supongo que mañana– de volver a ver en París a Guillermo Coria, que tiene un debut tremendo ante Robredo (supongo que al español tampoco le caerá en gracia tener semejante estreno). Pero por buenas que sean las noticias, tendremos que acostumbrarnos a recordar aquel Roland Garros de 2004 (Chela en cuartos, Nalbandian en semis y Gaudio y Coria en la final) como algo irrepetible.
Será, asimismo, una buena ocasión para ver quién está en mejores condiciones para acompañar a Nalbandian como singlista de la Davis. Falta mucho para que lleguen septiembre y los rusos. Pero después de París, no habrá mejor ocasión para que Mancini evalúe quién está mejor parado para jugar cartas bravas sobre polvo de ladrillo y a cinco sets. Como sea, me parece que la Legión –Nalbandian incluido– ha quedado un poco lejos de meterle ruido al pelotón de punta del mundo de las raquetas. Hoy sería imprudente pensar en un argentino semifinalista sin que ello implique hacer historia ganándole antes a Federer, Nadal o Djokovic, quienes representan hoy un excelente 1-2-3 del mundo, inclusive en tierra, donde, a lo sumo, Roger y el Rafa invertirían posiciones. Personalmente, me conformo con algún buen triunfo aislado y con tener un par de nombres en la segunda semana, es decir, llegando a octavos de final.
Fuera del contexto de nuestros intereses, y si bien los Grand Slams suelen regalar algún invitado sorpresa en los últimos tramos –Verkerk en 2003, Puerta en 2005–, las dos últimas ediciones tuvieron semifinalistas absolutamente imaginables. En este contexto, creo que las grandes noticias serían o que finalmente Federer gane el Grand Slam que le falta, o que Nadal liquide la mínima duda de que nadie dominó el polvo de ladrillo en su tiempo como el mallorquín.
Como París misma, Roland Garros impacta en los sentidos. Y eso ya es intransferible. Puedo insistir en que el de Francia es el Grand Slam del glamour, el estilo, la fineza y un buen gusto que se contrapone con esa pasta indescriptible que amasan en sus cuerpos los guerreros de la tierra colorada. No sería suficiente. Sólo puedo asegurarles que si pienso en llegar a las 9 a la Porte D’Auteui y levantar el primer pain au chocolat con café con leche de la mañana, se me hace agua la boca y se me estruja el corazón.