COLUMNISTAS
fabulas sin moraleja

¿Qué pasa?

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Leí en el diario y vi por la tevé que habían condenado a prisión a una señora de larga memoria que fue funcionaria en otros tiempos. Estuvo, para decirlo suavemente, indiscreta en la adjudicación, otra vez suavemente dicho, de los fondos a su cargo. La noticia me recordó muchas cosas y me obligó a reflexionar. Esta señora, y seguimos con los eufemismos si usted me lo permite, no hizo nada de lo que se había comprometido a hacer desde su puesto en el gobierno, y se dedicó a... no sé a qué pero de vez en cuando aparecía su retrato en una festichola, excursión, viaje a Europa, batalla con bolas de nieve, etcétera. Y lo que pensé fue que no me explico cómo alguien que hubiera podido pasar a la historia como una persona respetable, responsable, dedicada a una labor que hubiera favorecido a muchos, puede elegir un camino que la va a llevar al escarnio, al desprecio e incluso, como en este caso, a la cárcel. ¿Qué pasa? ¿Hay alguna falla, una puerta-trampa, una carencia allá adentro, en lo profundo, donde se cocinan la dicha, la desesperación, el ansia, el disimulo, todas las pasiones y las inclinaciones, en fin, que obliga a alguien a decidir que va a ser a los ojos de los demás una chanta total, mentirosa, caradura e hipócrita? ¿Hay algo que hace que esa persona prefiera, antes que pasar a la historia como una luchadora, la doctora Lanteri, por ejemplo, transitar hacia el futuro como una aprovechadora? ¿Qué parte de su cerebro, de sus instintos, hace que en vez de pensarse hacia adelante como una benefactora, casi una santa, Teresa de Calcuta, por ejemplo, se vea desde el vamos como una aprendiza (aventajada) de dictadora decidida a trepar solita y sola hasta la cima del poder y guardarlo para siempre entre sus blancas manos de hada? ¿Qué es lo que inclina a alguien a decidir que textos y mármoles den su lugar a ese personaje como aquel o aquella que gobernó para hacer felices a todos: a todos, partidarios y opositores, amigos y desconfiados críticos, o como aquel o aquella que dividió para reinar, que repartió limosnas y permitió que quienes se inclinaban a su paso saquearan los dineros públicos (que acá entre nosotros no son tan públicos: salen de mi bolsillo, del suyo, de la señora que vive en la esquina y del tipo que pasa por la vereda). Es decir, ¿una qué quiere ser a los ojos y en el recuerdo de los demás: un párrafo luminoso de la historia, Belgrano, Illia, Angelelli, un tipo sensacional, generoso, abierto, que dio lugar y ayuda a los demás para que cumplieran su misión en la vida pública y privada, o un ser mezquino, embustero, farsante, ladrón, artero y desconfiado? ¿Una persona ejemplar o una persona peligrosa para sí y para los demás? ¿Cómo pasa todo eso?
Mucho me temo que todo esto parezca moralina berreta o consejos de la tía Sinforosa a la sobrina que quiere ir el sábado al boliche con el noviecito de turno. Y, sí, a la moralina siempre le pasan esas cosas y al final de todos sus párrafos aparece indefectiblemente una cita del Mahatma Gandhi. En vez de eso, y porque yo no soy por suerte la tía Sinforosa, me voy a remitir a lo que dice un poeta amigo: “¿Sabés lo que pasa, che? Que la gente es muy rara”, o a lo que decían mis tías, que no eran Sinforosas y que tenían nombres deliciosos: “Hay de todo en la viña del Señor”. Mi amigo poeta y mis tías tienen razón. Y yo acoto: no es cuestión de adjetivos, que los adjetivos sobran y hay que cuidarse de no andar sembrándolos en el camino de los párrafos. No. Creo, y en esto es en lo que terminan siempre estas reflexiones, creo que debe ser cuestión de educación. ¿De siglos también? Vaya una a saber. No siempre los países más viejos son los más sabios. Pero de educación sí: es cuestión de educación. No por nada los dictadores atacan lo primero de lo primero a la educación y la cultura (recordar la parodia de Les Luthiers). Tal vez, además de ser raros y variados, tal vez sea que no vemos la totalidad del problema; tal vez no nos damos cuenta de que eso de la educación no consiste en saber de memoria las fechas de las batallas y las biografías de los próceres, que total todo eso se encuentra apretando una tecla y yendo a internet. Tal vez no podemos comprender que la educación empieza en no tirar el papelito del chicle a la calle y termina (no termina nunca pero digamos) en la solidaridad y el respeto por el que no piensa como uno. Y le ahorro la frase de Gandhi.