Los fanatismos conducen a tergiversaciones que incrementan la irracionalidad y a tomar decisiones equivocadas. Trato de entender la vida y la política sin prejuicios, de acercarme a lo objetivo. Para eso estudio, investigo, pienso, uso las herramientas que ahuyentan a los mitos: la lógica, la cuantificación de los fenómenos, el método científico.
Quienes dicen que todos los de “izquierda” o de “derecha” son corruptos generalizan y se engañan a sí mismos. Confunden ética con creencias. Conozco dirigentes de todas las ideologías que luchan honestamente por sus ideales, y también a oportunistas que hacen política para enriquecerse, conseguir empleos o alimentar su ego. Los hay en todos lados.
Brasil no es una excepción. Es falso que Lula perdió votos por corrupto. Hace cuatro años, para impedir su participación en las elecciones, lo acusaron de que una empresa había querido regalarle un departamento en el que nunca vivió, pero fue una operación. Ni él ni su entorno se enriquecieron de manera escandalosa, como algunos presidentes de otros países. La riqueza y la tos son difíciles de ocultar.
Se supo después que Sergio Moro, el juez que orquestó la persecución a Lula, actuó irregularmente, buscando notoriedad para iniciar su carrera política. Fue ministro de Bolsonaro, el beneficiado por su maniobra, y ahora es senador.
La corrupción está tan arraigada en Brasil como en varios países de la región. Desde el fin de la dictadura, el PMDB ha mantenido su poder, negociando puestos y beneficios, orquestando un bloque de diputados independientes y de partidos, que viven del negocio de la política. Generalmente determinan cuál es la mayoría en la Cámara movidos por el poroteo.
Michel Temer y muchos de los que votaron por la destitución de Dilma Rousseff estaban sindicados por corrupción. Se equivocan quienes dicen que ella fue destituida por corrupta. Fue acusada de incumplir un tecnicismo sin importancia y cayó por haber aplicado un ajuste económico que negó durante la campaña.
Las encuestas no sirven para predecir el futuro, pero estuvieron bastante acertadas. Alfredo Serrano, de la Celag, hizo un estudio interesante sobre el tema, que ayuda a comprenderlo con objetividad. Todas las investigaciones coincidieron en que Lula conseguiría alrededor del 47%, que fue lo que ocurrió. Se equivocaron con Jair Bolsonaro, a quien todos daban alrededor del 37% y obtuvo un 43%. Se benefició por un voto útil que vino de Ciro Gomes, que bajó del 6% previsto al 3%, y de un 3% de indecisos. Son movimientos normales dentro del margen de error.
La sorpresa de los medios se produjo por un error estratégico del PT que publicitó que Bolsonaro estaba derrotado y Lula podía ganar en una vuelta. La mejor fórmula para perder es creerse ganador antes de hora. En casi todas las elecciones latinoamericanas de los últimos años han triunfado candidatos que parecían no tener posibilidades pocos meses antes.
Algunos políticos creen que los ayuda publicar encuestas con cifras infladas, porque la gente vota al ganador. Esta es una superstición falsa, como lo demostró hace más de 50 años el maestro Napolitan. Sobre todo, cuando hay una segunda vuelta, difundir expectativas muy optimistas es peligroso. Cuando se difunde la idea de que el candidato será elegido en la primera vuelta y eso no ocurre, queda posicionado el que consigue un resultado inesperado, mejor que el previsto, aunque llegue segundo. Lula ganó la primera vuelta, pero sus seguidores quedaron abatidos, mientras los partidarios de Bolsonaro se sintieron optimistas.
Hay una injusta aversión por los políticos que hace ingobernables a nuestros países
Un político que combina su gran experiencia con la actualización académica hizo un símil de la política actual con el automovilismo. Dijo que, hace años, lo importante para ganar las carreras era la pericia del piloto, complementada después con la calidad del vehículo. Actualmente apareció un tercer factor que es determinante: los boxes que procesan información y arman una estrategia. Sus técnicos analizan con alta tecnología lo que hacen su propio piloto y los competidores, para programar todos los detalles de lo que se hace durante la competencia.
En esta segunda vuelta en Brasil, ambos pilotos tienen experiencia y conducen muy bien, ninguno luce engreído, se conectan con sentimientos. En cuanto a los coches, Lula está mejor en términos del antiguo aparato, porque maneja la estructura sindical, pero los coches modernos son sofisticados, usan computadoras y alta tecnología. Más que comprar cajas de zapatos para recorrer el país, ahora se necesita cambiarlos por ordenadores. Bolsonaro maneja mejor las redes sociales, tiene más seguidores que Lula en todas las plataformas.
La comunicación cambió en la forma y en el contenido. Cada vez son menos los que disfrutan leyendo En busca del tiempo perdido y más los que leen mensajes con pocas palabras y emojis. No es el mundo que me gusta, pero es el que hay. Nada más complejo que hacer bien las cosas sencillas. Los mensajes disruptivos pueden ser útiles en una campaña, pero la originalidad, a veces, está muy próxima a la estupidez. Bolsonaro maneja las redes con frescura, sus mensajes son directos, tiene sentido del humor, se ríe de todo, también de sí mismo. Dice con frecuencia cosas políticamente incorrectas que tienen impacto. Cuando un presentador de televisión lo quiso correr por homófobo y le preguntó si tenía amigos gays, el candidato contestó que por eso estaba en el programa y le pidió un beso, en medio del jolgorio general. Hace cuatro años cerró la campaña con un discurso pronunciado en el patio de su casa, delante de ropa tendida en sogas.
En un país que sacraliza los debates, no asistió a ninguno hace cuatro años. En esta elección participó mal del aburrido debate de O Globo que no tuvo impacto. Atrajo la atención de los televidentes solo el pintoresco Luis Kelmon Da Silva, autoproclamado cura ortodoxo, que dijo tonterías enfrentando a una desconocida Soraya Thronicke, a quien amenazó con el infierno. El petista se burló del cura, al que trató de disfrazado.
Lula escogió como binomio al derechista Gerardo Alckim, a quien había derrotado en 2006, y consiguió el apoyo de casi todos los políticos importantes del país, entre los que estuvo Fernando Henrique Cardoso, que le derrotó en 1994, uno de los presidentes más preparados que ha tenido el continente. Fui su alumno en Chile, le visité en Planalto cuando era presidente y su gobierno me condecoró con la Orden Nacional do Cruzeiro do Sul. También lo apoya Marina Silva, una política intachable en cuya campaña colaboré en 2010. Ambos y Gilherme Leal, el binomio de Marina, están entre los políticos que más admiro en el continente.
La lista de personajes que apoyan a Lula es enorme; la integran la mayoría de los académicos y artistas como Chico Buarque de Holanda, María Bethania, y gran parte de la élite intelectual del país. También tiene el apoyo de quienes salieron tercera y cuarto en la contienda, Simone Tebet y Ciro Gomes. Hace diez años esto habría sido maravilloso, pero ahora es un problema. En todas las elecciones pospandemia la suma de apoyos ha restado. Las coaliciones de partidos históricos fueron derrotadas por candidatos casi solitarios.
Siempre hubo grietas verticales, los electores se enfrentaban por ideologías y escogían entre líderes políticos. En nuestros libros publicados en estos años y en esta columna hemos hablado de otra grieta, nacida con la tercera revolución industrial, que se profundizó con la pandemia. Es una grieta horizontal que separa de las élites a gran parte de la población, que siente una distancia entre “nosotros”, la gente común, y “ellos”, los políticos, periodistas, intelectuales, congresistas, eclesiásticos, personas que hablan de cosas relacionadas con la grieta vertical que son de su interés, pero no de la mayoría.
La historia se aceleró, la gente se volvió más autónoma. Se ha difundido un sentimiento de frustración, pesimismo y una injusta aversión por todos los políticos que vuelve ingobernables a nuestros países y que explica por qué ganan candidatos imprevistos como Boric, Lasso, Castillo, Petro y otros.
Se da también un reflujo de ciertas tesis liberales que analizaremos en otro momento. Crece un fundamentalismo religioso que expresa a nuevos descontentos, con Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos, Orban en Hungría, Giorgia Meloni en Italia y otros. Colabora para eso el crecimiento del Islam, de la Iglesia Evangelista y el éxodo de millones de fieles que han abandonado al catolicismo en estos años.
Los mensajes disruptivos pueden ser útiles, pero la originalidad está muy cerca de la estupidez
La confusión entre creencias religiosas y política debilita al laicismo, valor esencial de la democracia occidental. Algunos fundamentalistas quieren imponer sus mitos a toda la población porque son mayoría y creen que la suya es la familia natural. No toman en cuenta que pueden convertirse en minoría y si ganan las elecciones ciertos fundamentalistas islámicos, podrían aprobar una ley que ordene matar a pedradas a las mujeres infieles, la ablución masiva y los matrimonios de hombres de edad avanzada con niñas menores de diez años. Eso es lo que ellos conciben como la familia natural.
Volviendo al símil usando anteriormente, en Brasil hay buenos pilotos y coches, pero no existen estrategas profesionales que puedan armar los boxes. Si Bolsonaro contara con ellos, le sería relativamente fácil ganar porque llegó segundo, pero en mejor posición.
La mayoría de la gente siente la brecha horizontal cada vez con más intensidad, pero muchos políticos no le dan importancia, siguen mirándose el ombligo, calumniando a sus adversarios, hablando de sus fantasmas y psicopatías.
Puede ganar la presidencia de Brasil el que comprenda lo que le quita el sueño a la mayoría de los brasileños y se comunique con ellos de manera sencilla y transparente. Es poco probable que alguno de los actuales finalistas lo haga. La distancia entre ellos es corta. Lula ya acumuló buena parte de los votantes que le daba el apoyo de las élites. Habrá que ver si la dinámica de las últimas semanas de Bolsonaro, que lo alejó del establishment, le permite conseguir los votos que necesita.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.