Todo populismo requiere un líder protagónico. El peronismo se llama así por su fundador, pero después de su muerte supo adjetivarse isabelino, camporista, menemista, duhaldista y ahora, kirchnerista. Cada una de las denominaciones correspondía al apellido de un líder. Las dos mujeres que ejercieron ese liderazgo, Isabel y Cristina, lo heredaron del propio Perón y de Néstor Kichner. De no haber muerto tan joven, algo similar le hubiese tocado a Eva Perón.
Pero como todo populismo, el peronismo nunca ha sido más que la búsqueda, el ejercicio y el sostén en el poder; lo que supone una adaptación sin principios a lo que “haya que hacer”. Así, fue progresista durante el primer gobierno, con un Perón encaramado en un país rico, al que entonces algunas potencias de posguerra debían dinero. El progresismo le duró lo que el dinero; muy poco, debido a un distribucionismo sin planes y corrupto. Y después, lo conocido: el apoyo al golpe de Onganía, los años ’70 y al final, la “Triple A”; luego el ultraliberalismo menemista, el duhaldismo 2001 y al cabo, el kirchnerismo. En todos esos períodos la corrupción se acentuó. Desde que su aureola de imbatible se esfumó con la derrota ante Alfonsín, el “partido mayoritario” gana y pierde elecciones como cualquier otro. Y todos sus líderes acabaron desprestigiándose ante sus propias bases.
Hasta hoy, después de que se viese obligado, por primera vez, a presentar en un segundo plano a su líder, Cristina Kirchner, lo que resultó una evidente fantochada. O sea, que en las recientes PASO, quien perdió realmente fue el kircherismo, ante una oposición que logró una imagen de unidad, aunque hasta ahora carente de propuestas concretas para encarar los gravísimos problemas del país (https://bit.ly/proyecto-gabetta).
Y ahora, después de la estruendosa derrota peronista, comienza “la interna” en ambos bandos; en medio de una crisis grave para el peronismo y de una euforia que deberá serenarse para apagar personalismos, mantener la unidad y formular un programa concreto, para la oposición.
Pero al país le esperan dos años durante los que las dificultades no harán más que agravarse. Si no se radicaliza ahora, lo que está por verse, el peronismo lo hará antes o después, sobre todo si pierde las elecciones de noviembre. Sin mayorías en el Congreso, presionado por sus bases, en particular el “camporismo”, y acuciado por la situación económica y social, sería lo más probable, pues no tiene otras recetas.
A menos que –soñar no cuesta nada- los peronistas democráticos y decentes, de los que hay muchos, se hagan cargo de la realidad y comiencen a denunciar y combatir el autoritarismo y la corrupción en su propio partido. Dispuestos incluso a una escisión; a enderezar el rumbo hacia un nacionalismo republicano, a la manera de otros en la región y el mundo.
Por su parte la oposición, que no puede vanagloriarse precisamente de buenos gobiernos o de absoluta decencia, deberá limar su liberalismo tradicional y formular un programa liberal-progresista, orientado hacia la socialdemocracia e incluso algunas propuestas nacional-republicanas (https://bit.ly/unidad-republicana-gabetta).
El país necesita que estos sueños comiencen a hacerse realidad. En las columnas citadas se detallan la situación política, económica y social en la que se encuentra y el riesgo de que, tras otro fracaso liberal, se consolide esta vez una extrema derecha con apoyo popular. El resultado obtenido por Javier Milei, que no oculta ninguno de sus propósitos económicos y políticos, es un primer indicador. Si las cosas siguen así, gobierne quien gobierne, será Milei, algún predicador evangelista (esas sectas religioso-políticas están en auge) o cualquier otro, pero la extrema derecha no hará más que progresar, tal como hoy ocurre en medio mundo. (Artículo escrito el 14-9)
*Periodista y escritor.