COLUMNISTAS
Máscaras y políticos

Que siga el corso

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Actores. “El Presidente es un artista del disfraz y tiene competidores como Massa”. | cedoc

Aunque no hay acuerdo absoluto sobre los orígenes del carnaval prevalece la idea que se trata de una especie de adaptación de las saturnales, fiestas que tenían lugar hacia fin de año en el Imperio Romano para celebrar a Saturno, dios de la agricultura (y a su vez versión de la deidad griega Cronos, regidor del tiempo). Los festejos duraban una semana, en la que había banquetes públicos, se bebía honrando a Baco, se cambiaban los ropajes formales por otros, osados y coloridos, se usaban máscaras, los esclavos podían criticar a sus amos, y estos servir a sus sirvientes. Se sacrificaban animales para atraer a la fortuna y estaba permitido criticar a los gobernantes, al clero y a la nobleza, y burlarse de ellos. El cristianismo medieval hizo de esta festividad un preludio del ayuno de Cuaresma. De ahí, se presume, el nombre carnaval (del latín carnem levare, que significa quitar la carne). También esa inminente y prolongada abstinencia purificadora sería la justificación de las desenfrenadas orgías, en las cuales la carne era protagonista central, que caracterizaban al último día de carnaval, conocido entonces como “martedi grasso”.

Celebración pagana por excelencia, el espíritu del carnaval parece haber prevalecido hoy por sobre el de la Pascua que espera al final de la Cuaresma, esa invitación a la meditación, la reflexión y la concentración espiritual. El periodista y compositor brasileño Aildir Blanc (1946-2020), autor de la letra de numerosas canciones populares, de la banda de sonido de la película Échale la culpa a Río y de varias series televisivas, y guionista del film Garrincha: estrella solitaria, lo expresó claramente: “Me tomó un tiempo entender que el disfraz es una cosa que el tipo se quita en carnaval y usa los otros días durante toda su vida”. La cantante bahiana Paula Liron lo reafirma: “La vida es un carnaval, en el que de cuando en cuando, algunas máscaras se caen”.

Quizás no la vida de todos, ni la vida en su dimensión global, pero lo que parece cierto es que la política argentina es efectivamente un permanente carnaval, en el que las máscaras se caen solo para ser remplazadas de inmediato por nuevas caretas. Aferrándose a su disfraz del momento cada participante de ese corso niega haber vestido antes otro diferente, y lo seguirá negando aun cuando pongan delante de sus narices fotos, grabaciones y filmaciones que lo muestran disfrazado de otra cosa, incluso de lo opuesto a lo que hoy viste. El Presidente es, en este sentido, un consumado artista del disfraz, pero a su alrededor abundan los competidores y entre ellos, se destaca indudablemente Sergio Massa. Pero el reparto es de veras muy amplio e incluye a quienes, disfrazados de inocentes, cargan contra la Justicia y no miden las consecuencias que provocan en la sociedad con su desenmascarada (para usar un término acorde a estos días) búsqueda de impunidad.

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De todos modos, como por estos pagos todo el año es carnaval, el corso admite el desfile de distintas murgas, y la oposición, en sus diferentes variantes, no se queda afuera. Hay un disfraz que todos se anticipan a usar en la coalición opositora. El de gobernantes en ejercicio del poder. Como quien se sube al auto que aún no compró, aun a riesgo de chocarlo, se pelean entre sí para apropiarse del disfraz que se ven usando en diciembre de 2023, al recibir presumiblemente el bastón presidencial. Mientras tanto, usan máscaras de halcones, de palomas y, llegado el caso, hasta de socios del Gobierno al que dicen oponerse. Si con esa máscara pueden empujar a la banquina a un miembro de la propia escudería, todo vale.

Y mientras por la avenida el desfile continúa, en las veredas se revive la estrofa inicial de aquella mítica canción, titulada A mi gente, de José Carbajal, que en los años setenta cantaba el dúo uruguayo Los Olimareños: “Sentados al cordón de la vereda/ Bajo la sombra de algún árbol bonachón/ Vimos pasar coquetos carnavales / Careta viva de un pueblo con dolor”. Con licencia, se podría cambiar hoy y aquí “coquetos” por “grotescos carnavales”. Los carnavales de los que no atajan penales ni disfrazados de arqueros.

*Escritor y periodista.