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Que siga la sátira

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Je suis Nito. O mejor aún, con hashtag: #JeSuisNito. Digo, si lo que está de moda es Je Suis Charlie, vamos con Je Suis Nito. Se entendió, ¿no? Charlie, Nito, Sui Generis… ah no, cierto, perdón, con eso no se jode. Ahora que mataron a 12 personas en Francia, ahora que asesinaron a tres importantísimos dibujantes humorísticos, ahora que vienen por quienes laburamos en los medios, no se puede hacer chistes con eso. Pero ¿está bien que no se pueda? ¿No es eso hacer exactamente lo contrario que lo que proponían Cabu, Wolinski, Charb y compañía?

Físicamente, lo más jodido del bestial atentado en Francia es la pérdida de vidas humanas, eso está claro. Pero simbólicamente, lo peor de todo es haber logrado, por fin, la vigencia del “con eso no se jode”. O, dicho de otro modo, la certeza de que estamos frente a una barbarie tal que sólo puede ser abordada de un modo: la seriedad y la consternación con cara de consternación. Lo que hicieron los integrantes de Charlie Hebdo fue haber llevado la provocación al límite. Y ese límite les costó la vida. Entonces, no queda otra que pegar el volantazo. O al menos eso nos dicen por todos lados.

“Con eso no se jode”: ésa parece ser la consigna. Porque ante algo como esto, la pelotudez del lugar común sale a preguntarse: ¿hay que poner límites al humor? Digo yo, ¿lo preguntan en serio? ¿Qué significa exactamente “poner límites al humor”? Y de ser así, ¿quién debería ponerlos? Si alguien se preguntara por los límites para publicar algo, todo el mundo saltaría indignado a hablar de falta de libertad de expresión. Entonces, ¿por qué aceptamos que se discutan los “límites del humor”, como si esto no fuera un cuestionamiento a decir, pensar y reírnos de aquello que se nos canta?

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Disculpen la mala onda, pero me niego al lugar común. Por supuesto que esta masacre me parece una canallada, un insulto a la condición humana. Pero es justamente por eso que no hay que claudicar. La sátira es un ejercicio mayúsculo de la razón humana, tal vez el más grande acto de libertad intelectual creada por el ser humano. En la sátira intervienen, en dosis parecidas, tanto el odio como el amor. El odio es evidente: se trata de destrozar aquello que se satiriza. Lo del amor, en cambio, es algo más solapado, aunque no menor: no se puede satirizar aquello que se desconoce. Y ese conocimiento implica un estudio minucioso y, por lo tanto, un cierto apego a aquello que se quiere satirizar. Se sabe: lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Y para llevar adelante una sátira se necesitan muchas cosas, menos indiferencia.

Suele pensarse en la sátira como un ejercicio menor. Nada más errado: las sátiras, muchas veces, son más importantes que muchas de las obras supuestamente “serias”. La lengua castellana es, en ese sentido, ejemplar. La novela moderna en castellano se edifica sobre una obra maestra: el Quijote, de Cervantes. Y el Quijote es una sátira, una sátira monumental y brillante a las novelas de caballería, que en el siglo XVI estaban muy de moda. Hoy la literatura supuestamente “seria” (es decir, las novelas de caballería) pasó al olvido, mientras que la sátira (el Quijote) puede leerse, releerse y seguir revelando mundos.
Personalmente, debo decir que el atentado a Charlie Hebdo me toca de un modo muy particular. No sólo por lo que representa colectivamente, sino porque esa revista fue clave en mi vida. En agosto de 2001 (plena crisis argentina) viajé a Europa a visitar a unos amigos. Estuve en Barcelona y en París. De Barcelona (una Barcelona llena de argentinos que se escapaban de aquí y me miraban asombrado cuando les decía que yo me volvía a Buenos Aires) me traje el título para una revista satírica que estaba planeando. De París me traje un formato.

Fue en la capital de Francia, en 2001, donde descubrí Charlie Hebdo. Y ese encuentro fue crucial. Allí decidí que la revista que estaba planeando tenía que ser un tabloide a dos colores. Pero, sobre todo, me di cuenta de que no tenía que ceder ante nada.

Que lo importante no era reírse de todo: que lo importante era reírse del poder. Y que el poder no estaba necesariamente en un gobierno. O no sólo en un gobierno. Que el poder está también en las corporaciones, en las religiones, en el lenguaje cotidiano, en los medios, en todo aquello que nos oprime y no nos deja vivir mejor. Y que ese poder, para perpetuarse, busca naturalizar discursos que, lejos de ser naturales, son grandes construcciones mediáticas y semánticas.

De ese mismo viaje a Europa me traje varios libros de Cabu y de Wolinski, que compré en una feria de usados en París. Ellos eran tipos talentosísimos, los mejores dibujantes humorísticos de Francia, junto a Vuillemin. No puedo creer que los hayan matado. No puedo creer que los tengamos de mártires. No puedo creer que hoy el mundo sea un lugar tan de mierda como para asesinar a gente lúcida, que nos ayuda a pensar y a ser libres. Por eso me niego a sumarme a la consternación del piloto automático.
Claro que estoy destrozado. Claro que me duele. Por eso Je Suis Nito.

Si Mahoma, Jesús, Alá, Jehová, Buda, Moisés o quien mierda sea no pueden hacer nada para evitar que maten a algunos de los buenos, Je Suis Nito. Y no me vengan con pelotudeces: cada uno se ríe de lo que quiere, pero también de lo que puede.

*Periodista. Ex director de Barcelona.