Como esta columna es ante todo un servicio, paso a informar sobre las películas premiadas en el Festival Virtual de Mar del Plata.
La ganadora de la competencia internacional fue El año del descubrimiento, del español Luis López Carrasco, una película que parte de un suceso olvidado de la historia reciente. En 1992, cuando España se pavoneaba por haber ingresado en la modernidad celebrando los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, en Cartagena, un puerto de la región de Murcia, se eliminaban simultáneamente miles de puestos de trabajo en las grandes industrias locales. La crisis social resultante llevó a más de cien movilizaciones en las calles y culminó con la quema del palacio legislativo de la comunidad autónoma. Carrasco filma en un bar a protagonistas de entonces y a jóvenes actuales, lo que le permite mostrar la continuidad y el contrapunto entre dos formas de la vida obrera. Antes, el trabajo durísimo acompañado de estabilidad y orgullo sindical, ahora el desempleo y la precariedad, que despiertan rabia y resignación. Cartagena, último puerto republicano durante la Guerra Civil y posterior bastión socialista, cambió de orientación política después del 92 y terminó votando a VOX en las últimas elecciones. Carrasco muestra deliberadamente un mundo feo, en el que ni siquiera se ve el mar: feo es lo que ocurrió y lo que ocurre, feo es el bar, feos son sus personajes, feo es el dispositivo con el que divide el plano y encuadra a los participantes. Pero es una fealdad cómoda para los jurados: es como si la historia hubiera hecho su trabajo de afeamiento y a ellos les correspondiera celebrarlo.
Feos son también los personajes de El tiempo perdido, que se reúnen durante años a leer a Proust en un café. La directora María Álvarez los filma como una entomóloga desangelada: sus insectos no son interesantes y no parece que ella tenga interés alguno en Proust. Es una película sobre el valor de la cultura para los tontos (así los muestra la directora). A los jurados también les gusta sentir que apoyan la cultura y que apoyan a los tontos. En cambio, los feos de Historia de lo oculto, de Cristian Ponce, sirven para reírse de ellos y al jurado de críticos jóvenes la idea les resultó atractiva. Esta historia de terror grotesca ambientada en los 80 acaso sea la dirección que tome el cine: películas feas pero ingeniosas y contrarias a toda solemnidad. Películas de jóvenes desencantados con el mundo pero ilusionados con su carrera.
Las otras dos películas premiadas fueron películas de cine, es decir películas que creen que en él queda lugar para la belleza: para la elegancia, la inteligencia, la potencia, los colores, el sonido, la textura, el misterio. Los conductos, del colombiano Camilo Restrepo, que ganó la Competencia Latinoamericana, es una explosión de imágenes afines a las artes plásticas sobre un fondo de violencia y locura en los años terribles de Medellín. Por último, en Estados Alterados ganó Mis queridos espías, de Vladimir Léon, que pone en escena una historia familiar entre Francia y la Unión Soviética ubicada en el corazón de la historia del siglo XX. Difícil encontrar un tratamiento del tema más placentero, más divertido y, al mismo tiempo, más respetuoso de la verdad y del sentido de la tragedia.