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Quién sabe

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Dichos y refranes. Decimos el año que viene como si hubiera un año que viene. | shutterstock

Cada uno escribe el guion de su memoria con los recuerdos y olvidos que elige para que ella nos filme en nuestro mejor papel. Esa película es un clásico que nos pasamos una y otra vez a la sombra de la noche indicada, entre fines y principios de años. Con lo que cuesta producirla, bien ganado tenemos el derecho a vernos interpretar el rol del valiente muchachito protagonista que ha llegado hasta acá superando todas las dificultades sin traicionar sus ideales.
Tan sabidas tenemos las mismas escenas de riesgo y risas de la infancia y adolescencia que después de los 50 años nos dormimos a la mitad, cuando todavía no nos vimos cumplir los 30. La repetida proyección, bajo los efectos del alcohol, los gritos de los pibes, el cuete que revienta cerca, irrita el sonido y en la segunda parte ya no nos escuchamos bien. El color de las imágenes luce desvaído. La pantalla se vuelve tan blanca a la luz del amanecer del nuevo año que las siluetas y los perfíles se difuminan y los hechos se desvanecen, se confunden o directamente se pierden.
De pronto, un abuelo o algún amigo de la infancia, un golazo que había sido, la compañera del secundario, aquella mujer entrevistada, caras, formas y sucesos extraordinarios que la última vez que la vimos estaban ahí, salían casi en primer plano, solo hacen un cameo o cumplen roles secundarios.
Aquella vida tan vívida se grabó en la sustancia de un celuloide sutil, delicado, muy inflamable. Si observamos cuadro por cuadro con una lupa a la luz del amanecer, bajo el sol inclemente, la rutina de entonces se incendia y esfuma.
Decimos el año que viene como si hubiera un año que viene. “Y si viene, porque no lo esperamos acá”, reía el vago con el viejo chiste reconvertido en ironía, cansado de ir hacia donde sospechaba que todo era un engaño. Si le daban a elegir, era mejor ser y estar acá que allá, quién sabe dónde. Todo lo que sucede pasa donde están los pies. No hay más atrás, ni más adelante, ni más cerca, ni más lejos.
Decimos el lunes como si hubiera un lunes, o un jueves, o un día para el que quedamos en vernos y dejamos el abrazo que debemos darnos. De acuerdo, claro, es verdad, no hay tiempo para todo. Es que de eso se trata, no hay tiempo para todo.
No soy un acabado Quién para meterme en una película ajena, pero tampoco soy tan Qué como para no decir lo que pienso. De ser solo un Qué, la masa de grasa, vísceras, músculos, sesos, se iría arterioesclerosando, coagulando, deshidratando. Quedaría hecha un mondongo, una gelatina viscosa, una toalla húmeda pegada a los huesos. El cuero de la piel, curtido por las cremas, la tintura, el maquillaje, los gestos de resignación que exige la actuación en las situaciones cotidianas, se resquebrajaría y reduciría a fino polvo de nada.
Eso es un Qué al fin, solo polvo. Ya lo dicen los que están en el grupo de WhatsApp del Señor: de polvo somos. La niebla de ceniza del pasado rodado en gris cae como fina llovizna de caspa cuando se ve venir el the end y se van encendiendo las luces.
No sé si soy tan Quién para decirlo, pero es la parte de un Quién la única que permanece en nuestra modesta historia. La que rezuma la voluntad de seguir y te mantiene tratando de hacer/ser lo que se pueda con lo que te toca. Tal vez sea ese, el Quién, nuestro otro yo, el productor, director y actor principal de la película. Habrá que poner su nombre, nuestro nombre en los créditos, y conversar a solas para escribir juntos las próximas escenas y los monólogos en voz bajita.
 Ya saben cómo es el Quién de la gente, que se mete donde no la llaman. Con esa excusa de “Perdón, no soy Quién para decirlo, pero creo que usted escucha voces y habla con ellas, ¿acaso se cree todavía un niño para tener a esta edad un amigo imaginario?”.
¿Cómo explicarle? Es el Quién de cada uno. Tener deseos de nada es tenerlos de todo. Esa es la tensión con la que hay que convivir y sobrevivir. El Qué puede llegar a aceptarse como es, pero al Quién siempre le falta algo. Y por eso estamos aquí nosotros dos ahora. Un par de Quiénes deseando, amigo por amigo, querido por querido, que de verdad venga ese año que viene en el que podamos volver a quedar algún día para darnos el abrazo que dejamos.

*Periodista.