Después de estar 13 años prófugo, en la madrugada del sábado 22 de febrero, fuerzas especiales de la marina mexicana detuvieron a Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera. Con él, cayeron 13 personas y fue decomisado casi un centenar de armas, entre ellas dos lanzagranadas. El hotel donde fue apresado –ubicado en el balneario turístico de Mazatlán– estaba bajo vigilancia desde hacía cinco semanas. Cerca de allí se erige el modesto Badiraguato, pequeña comunidad de hortelanos donde nació, hace 57 años.
¿Cómo se titula cuando arrestan a un capo del narcotráfico? Más o menos así: “Detienen a ‘el Chapo’: el narcotraficante más buscado de México”, o “el gran capo del narcotráfico”, o incluso: “Muerto Osama bin Laden, ‘el Chapo’ ocupó su lugar... hasta ayer”.
“El Chapo” era el jefe del cartel de Sinaloa, y Estados Unidos ofrecía por sus rastros –o en todo caso por sus restos– una recompensa de cinco millones de dólares. La Federación, como también se conoce a la organización transnacional criminal mexicana, ha sido calificada como la más poderosa del hemisferio occidental. En 2008 se separó “la yema” –la organización de los Beltrán Leyva–, por decisión de Marcos Arturo Beltrán Leyva, alias “la Muerte”, lo que impulsó al consorcio a aliarse con antiguos rivales del cartel del Golfo y la Familia Michoacana y, acaso, con el cartel de Tijuana. En 2012, los sinaloenses triunfaron por sobre el cartel de Juárez por el control de Ciudad Juárez, y la larga guerra con el cartel de los Zetas ha terminado por fragmentar a éstos.
Bajo la guía espiritual de “el Chapo” (confesó haber perpetrado “entre 2 mil y 3 mil homicidios”), el cartel de Sinaloa no sólo ha llegado a dominar el mercado mundial de cocaína, sino que se ha convertido en un componente importante en la matriz del tráfico de heroína, metanfetaminas y marihuana, sin desdeñar la trata de personas, el secuestro y la extorsión, por aquello que donde va un destinatario, debe ir un remitente. Su arresto –al tratarse el grupo de una confederación– no detiene el peregrinar de sus acólitos: Ismael Zambada García, alias “el Mayo”, tiene una irrefutable foja criminal; o el de otro líder importante: el ex policía Juan José Esparragoza Moreno, alias “el Azul”.
Su captura no hará que merme el comercio con el que construyó su fama y su –actual– infortunio. El profesor Juan Tokatlian señala con perspicacia que no es conveniente distinguir a los países entre productores y consumidores, para luego absolver a los segundos por la fuerza de la condena a los primeros. Dicho esto, que “el Chapo” esté entre rejas no disminuye el tamaño del mercado norteamericano ni las perspectivas de las rutas a la antigua Europa del Este y a Asia.
No es ésta la primera vez que mirará la libertad como cosa ajena; ya había estado preso en Guatemala y luego trasladado a México. ¿Cómo se canta aquella captura? Los Tucanes de Tijuana interpretan un narcocorrido: “En Guatemala señores / cobraron la recompensa. / Allá agarraron al Chapo / las leyes guatemaltecas. / Un traficante famoso, / que todo el mundo comenta”.
La noche del 19 de enero de 2001, en Jalisco, se escapó de la cárcel dentro de un carro de lavandería después del posible pago de un soborno de 2,5 millones de dólares. Anduvo escondido, según dice él mismo, en el estado noroccidental de Nayarit y luego en su rancho de Baridaguato, Sinaloa. Afuera lo castigó el jadeo del fugitivo; adentro, vivió a cuerpo de rey: relata In Sight Crime que a fuerza de maletines con dinero disponía de un estilo de vida a la carta, “incluyendo comidas especialmente preparadas para él y visitas conyugales de su esposa”, sus novias y amigas súbitas.
Y es que si llegó a leyenda en el mundo criminal y a narcotraficante vivo más famoso en el planeta, se lo debe a su habilidad para persuadir a funcionarios públicos, atacar las plazas enemigas y encontrar formas infrecuentes para introducir la droga en el mercado. Como Winston Churchill en el teatro bélico del Pacífico durante la Primera Guerra Mundial, está entrenado para esperar siempre sorpresas desagradables, porque una seguridad absoluta puede ser sinónimo de una paralización absoluta.
De niño acarreaba naranjas hasta el mercado. Luego recorrió un largo camino, pero no al modo de la muchacha de los cigarrillos Virginia Slims.
Pagó a funcionarios, requisito sin el cual no hay ni tráfico de sustancias psicoactivas, ni lavado de activos, ni prisiones mullidas, pero no pudo comprar la vida de su hermano Arturo –alias “el Pollo”–, de su hijo Edgar y de una de las mujeres más importantes de su vida, Zulema Yulia Hernández Ramírez.
El amor tenía la letra zeta del nombre tatuada en el dorso de la mano derecha, las caderas como una ese cimbreante y la pe de los insultos siempre a flor de labios. Perita en centros de reclusión, experta en desobediencias, rebelde con causas, sólo daba el nombre de su madre y alegaba ignorar el del padre. Un diagnóstico penitenciario dice de ella: “Su vida ha sido caótica, carente de afecto, apoyo y protección, por lo que desde temprana edad se involucra en grupos de valores socialmente no aceptables, los cuales adopta ya que en ellos encuentra la aceptación, el reconocimiento y el afecto que no encontró en su núcleo familiar primario, involucrándose en conductas para y antisociales como robo, pandillerismo y farmacodependencia. Es exhibicionista, extrovertida, manipuladora y demandante”.
La zeta de la mano se expandió y apareció sangrienta tallada sobre su espalda el 17 de diciembre de 2008, cuando fue encontrada estrangulada, dentro del baúl de un automóvil. En esta oportunidad, no era la de Zulema, sino acaso la de Los Zetas. Después vendrían las venganzas como ríos de lava.
Pero antes… ¿cómo ama un narcotraficante? Ama como fue niño, en Badiraguato. Se sabe que hacer naranjas en docenas no es lo mismo que hacer palotes, vocales, consonantes. Algunos intercambios de MSN se conservaron para la posteridad: “El: ‘Zule deceo saber ke sucede abla no seas gacha nomas una ultima vez si a tu lo deceas”. “Ella: (mujer al fin) “Si yo lograra ser la mujer que tu anhelas si no necesitaras buscar a nadie mas solo entonces estaría completa porque yo soy mujer de un solo hombre”.
“El Chapo” no se ahorró saña con Los Zetas. A “Z40” (Miguel Angel Treviño, líder de la banda), antes de que lo capturara una patrulla en Taumalipas (julio de 2013), le advirtió vía cartelería urbana: “Allí no te sobraron huevos, Z40, te faltaron”. Es que, como salmodian Los Tucanes de Tijuana: “… no hay Chapo que no sea bravo / así lo dice el refrán; / otra vez se ha comprobado / con el Chapito Guzmán”. Y no hay más nada que hablar.
Para el presidente de México, Enrique Peña Nieto –quien decidió correr el riesgo de invisibilizar a las víctimas para lograr que la violencia saliera del discurso gubernamental–, el apresamiento de Joaquín Guzmán Loera es una “victoria” que acaso le esté aconsejando insistir por ese camino de discreción y negociación. Queda por delante la extradición a los Estados Unidos.
Si cumpliera sus condenas en Norteamérica, es posible que ello impactara en el núcleo del narcotráfico y delitos asociados. En cambio, si las purgara en México, aún podría cooptar funcionarios, mandar a copar atalayas enemigas y encontrar el modo de introducir droga en los mercados más apetitosos. Teléfonos celulares, correos humanos, abogados prestos y tablets hiperconectadas no se le niegan a nadie. Para “un genio de los negocios” (así lo calificó el ex director del servicio secreto de México Guillermo Valdez), que por añadidura podría disponer del “canciller brasileño del cartel de Sinaloa”, Daniel Fernandes Rojo Filho, con sus Lamborghini, relaciones y empresas offshore, cada obstáculo puede transformarse en un estímulo. Ya lo dijo Larry Hernández hace unos años: “La gente de Sinaloa / anota su primer gol / a la nueva presidencia / y al señor Vicente Fox / no se les hizo a los gringos / hacerle la extradición”. ¿Narcocorrido o recuerdo del futuro?