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un poco de historia

Raíces filosóficas del feminismo

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Mujeres que se visten o se desnudan a voluntad sin obedecer a ninguna imposición política o religiosa, que van y vienen por las rutas y las calles, que son con total legalidad solteras, casadas, viudas o divorciadas, heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transgénero, madres o no, instruidas en todas las formas de la cultura, que disponen de un ingreso igual al de los varones en todos los niveles de empleo, que practican una sexualidad libre y protegida de los riesgos de embarazos no deseados, que acceden a puestos de responsabilidad social y política: esa sería la “utopía del feminismo”. Esta utopía se ha realizado en algunos lugares, pero no siempre saboreamos suficientemente el hecho de que sea factible: aquí, allá, ante nuestros ojos, muy cerca. Frente a la ecuación contraria que prevalece en la mayor parte del mundo: vestimenta obligatoria, matrimonio forzado, sexualidad regulada, violación y ablación, instrucción prohibida, trabajo denegado, no asalariado o reducido, fecundidad impuesta, anticoncepción y aborto condenados, promoción social y política recusada, pensamiento censurado.

El feminismo, esa novedad surgida de un abismo inmemorial y casi universal, ¿cómo pudo nacer, pensarse, instituirse, legalizarse, expresarse, batallar? Ante todo, filosóficamente esto nos tiene que asombrar. Antes del advenimiento del feminismo histórico desarrollado en Occidente desde principios del siglo xix, y luego en todo el mundo, las ideas feministas constituyeron siempre una réplica a las ideas misóginas.

Se trata de inscribir la memoria de esas ideas que han formado la base del feminismo, de encontrar su ritmo y buscar su razón de ser descubriendo en ellas eventuales correlaciones o causalidades. Esta perspectiva se opone a la idea admitida desde hace mucho tiempo en Francia a partir de Simone de Beauvoir, según la cual la misoginia se explicaría por una presunta estabilidad de la psiquis masculina … Las ideas misóginas son el objeto de una construcción elaborada en diversos terrenos: político, jurídico, filosófico, teológico, poético, estético, literario. Cada uno de los discursos oye y conoce al otro y le responde, formulando una problemática y desarrollando una argumentación. Esto desmiente la creencia de que las ideas misóginas serían en cierto modo “normales”, y hasta ineludibles, en un tipo dado de instituciones, y que el feminismo moderno sería un simple efecto imprevisible de la historia, puro resultado mecánico de diversas transformaciones socioeconómicas.

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¿El feminismo es la consecuencia de esa larga historia de las ideas feministas? Esta difícil pregunta requiere una filosofía de la historia que aún hay que producir. Pero no cabe duda de que el feminismo histórico de los últimos tres siglos, como todo movimiento revolucionario, busca sus referencias, sus modelos y sus mitos en un lejano pasado sobre el que se intenta apoyar para legitimarse. No hay un neofeminismo occidental sin referencia a las amazonas, a Pandora, Lilit, Safo, Aspasia, Hipatia y otras. También hay que hablar de todas las épocas intermedias. Christine de Pizan basó sus reivindicaciones en las grandes figuras del pasado que habitaban su Ciudad de las damas. Marie de Gournay continuó esa serie agregando a Christine. Gabrielle Suchon aumentó su panoplia incluyendo a heroínas judías, romanas y cristianas. André Léo, la comunera, elaboró una memoria de los actos y las obras de las mujeres. Estos pocos ejemplos no deben hacer creer que las ideas feministas fueron un aporte exclusivo de sujetos-mujeres. Por razones basadas en el modo de instrucción antiguo, hasta el Renacimiento europeo, los discursos y las problemáticas aparecieron con mayor frecuencia bajo plumas masculinas: por eso, he decidido empezar este estudio con la contribución, a mi juicio, bastante desconocida, del dramaturgo Eurípides.

Algunas ideas feministas fueron explícitamente defendidas por Poullain de la Barre, David Hume, Condorcet, John Stuart Mill, Charles Fourier. De manera más implícita y ambigua, por Diderot o Voltaire. A veces, por algunos “espirituales”, teólogos o místicos. Pero ¿por qué surgieron estas ideas, que contradecían las costumbres dominantes? ¿Qué factores históricos, geográficos, políticos, culturales y psicológicos las hicieron posibles? La inserción de estas ideas en una cronología carecería de interés si la naturaleza misma de los documentos no permitiera un primer ordenamiento. (...)

En las transformaciones sociales que acompañaron las revoluciones políticas y/o industriales, las ideas feministas tomaron un giro nuevo: público y colectivo. Las mujeres –y a veces los varones– que las formularon se agrupaban en torno a determinadas publicaciones: diarios, manifiestos, afiches y revistas. Sus reuniones eran reprimidas por las policías y los gobiernos. Generaron un pasaje al acto, habitualmente pacífico, que se encarnó en la manifestación. Desde ese nuevo momento, las ideas y las acciones feministas florecieron más allá de Occidente, en diversas regiones del Medio Oriente, de Africa y de Asia, en los cinco continentes.

En los años post 68 irrumpió un neofeminismo insertado en una revolución de costumbres antipatriarcales. Nuevos medios materiales y nuevas legislaciones produjeron en las mujeres una liberación sexual, durante mucho tiempo diferida gracias a la disociación entre la sexualidad y la procreación. El acceso de las mujeres a los poderes y las acciones políticas se extendió, dinamizado por los nuevos medios de comunicación. Antes de la ruptura posindustrial, se encuentran pocas ideas feministas en las culturas no occidentales, aun cuando se descubren allí algunos modos de vida que podrían calificarse aproximadamente como “feministas”.

*Autora de Historia del feminismo, editorial Ateneo (fragmento).