Es raro leer una novela rusa escrita por un inglés. Pero Robert Fordyce Aickman (1914-1981) fue un inglés raro, que escribía relatos inquietantes de un modo que hoy resulta inquietante, porque el género se fue para otro lado. En palabras de Peter Straub, “contrariamente a casi todos los que escriben hoy historias sobrenaturales, Aickman rechazaba el final claro, contundente. Se podría decir que era lo opuesto a Stephen King”. Además de escribir, Aickman tenía dos pasiones. Una era el teatro, en particular la ópera y el ballet, pero además de aficionado fue empresario y organizador de espectáculos y festivales. La otra pasión es aun más extraña: fue el fundador y presidente por muchos años de la Inland Waterways Association, una institución dedicada a preservar el sistema de canales navegables en el interior de Inglaterra, vías de transporte fundamentales en tiempos de la Revolución Industrial que habían caído en el abandono.
Entre los 48 cuentos de Aickman hay uno que se llama Never Visit Venice. Allí, un tipo tímido y misántropo de nombre Fern sueña recurrentemente con un paseo en góndola por Venecia en compañía de una mujer hermosa. Cuando Fern visita Venencia, ciudad aickmaniana por sus canales, descubre un lugar deprimente, donde el antiguo esplendor romántico dio paso a la banalidad de la explotación turística. Sin embargo, en una noche mágica, una mujer misteriosa lo invita a subir a una góndola y con ella, recordando espíritus literarios afines como Casanova, Arthur Machen y el Barón Corvo, Fern y el lector hacen el mejor city tour posible de la ciudad, un periplo que recuerda al de Madame Bovary en carruaje con su amante por las calles de Rouen, solo que visto desde adentro hacia afuera y con un final tan siniestro como difícil de interpretar.
Aickman, para hablar de otra de sus rarezas, odiaba a los niños y, sin embargo, se casó con una autora de libros infantiles. Y además escribió El modelo, una novela que acaba de publicar Adriana Hidalgo, que cuenta la historia de Elena, una preadolescente rusa del siglo XIX. Hija de una familia en decadencia, con una madre hipocondríaca y un padre que la quiere vender al hijo de un conde, Elena inicia un viaje iniciático carrolliano y maravilloso, que comienza cuando unas visitas le regalan un libro sobre el teatro. Motivada por el libro, Elena hace una maqueta del escenario, que convertido en talismán desencadena una serie de acontecimientos fuera de lo común, opuestos a la mediocridad doméstica. Como Fern, Elena es una artista sin condiciones para el arte. Aickman empieza el libro con una cita de Crocce: “Toda historia es ficción, como toda ficción es historia”, y su gusto por las paradojas podría incluir una sobre los artistas: “Todo lo ordinario es extraordinario y viceversa”. Elena conoce todo tipo de personajes, entre ellos a Irash, coreógrafo y maestro, y a Lexi, contable y revolucionario, atraviesa la estepa para llegar a la ópera de Smorevsk donde, sin haber bailado nunca, actúa en una función como primera bailarina y es ovacionada. Tras atravesar peligros y hacerse de amigos, Elena vuelve a casa, para volver a partir hacia un destino que es muy raro en la ficción. El final de El modelo es tan discreto como absolutamente original: Aickman fue mucho más que un autor de delicadezas.