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Ras-ras-ras-ras

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Ras-ras-ras-ras, un lento, acompasado, ras-ras-ras-ras, eso es todo lo que se oye. Años 90, en la feudal Catamarca, la monja Martha Pelloni y los padres de María Soledad Morales, la adolescente violada, asesinada y arrojada a un lado del camino, inician las llamadas “marchas del silencio”. ¡Cuánta soledad, María! Los cuerpos se replicaron como fantasmas implacables en las sombras de la noche. El roce de las sandalias, de las zapatillas sobre el asfalto, debía sonar aterrador para los asesinos, los Luque, los hijos del poder, la dinastía de los Saadi. Ras-ras-ras-ras.
Nada, hasta entonces, parecía tocarlos. Ni las denuncias, ni los insultos, ni los reclamos, ni los gritos. Pero nunca habían escuchado semejante silencio. Era atronador, insoportable. Intentaron comprar voluntades, pagaron a periodistas para escribir un “relato”. Menem les mandó al subcomisario Patti con la intención de fraguar la prueba y, por último, ya en el juicio oral, la televisión en directo comprobó que dos de los tres miembros del tribunal eran cómplices. Ras-ras-ras-ras, noche tras noche, marcha tras marcha. El silencio, callado, dejó oír la voz de la conciencia. Y la conciencia puso a parir la historia.

El 30 de abril de 1977, hace ya casi 38 años, catorce madres a las que “grupos de tareas” de las Fuerzas Armadas les habían secuestrado sus hijos se reunieron en la Plaza de Mayo para hacer visible su reclamo a la dictadura. Seguía vigente el “Estado de sitio” y la Policía impedía que más de tres personas permanecieran juntas. Las hacían “circular”. Fue por ese motivo que las Madres iniciaron la larga marcha alrededor de la pirámide en el centro de la plaza. Caminaban, ras-ras-ras-ras.

Eran, según los amanuenses cronistas de la época, “las locas de la Plaza”. Ras-ras-ras-ras, cada jueves, y al siguiente. El silencio llamaba la atención de los corresponsales extranjeros y llegó a oídos de Videla. Las madres líderes de la convocatoria, “marcadas” por los servicios de inteligencia, fueron secuestradas. Pero las marchas de los jueves ya eran imparables. El ras-ras-ras-ras roía las rejas, las “parrillas” de la tortura, los “pozos”, los campos de concentración en todo el país. El silencio, callado, dejaba oír la voz de la conciencia. Y la conciencia puso a parir la historia.
Ras-ras-ras-ras. Ahí vienen. Los pibes de Cromañón, los muertos, muertos, y los muertos en vida. Ras-ras-ras-ras. Los muertos en la tragedia de Once, los muertos, muertos, y los muertos en vida. Salen de calles laterales y se suman a la central de la convocatoria. Desde La Plata llegan los muertos por la inundación. Los muertos reconocidos y los que el intendente y Scioli negaron. Son sólo algunos de los “ellos”, de los muertos que mata la corrupción. No necesitan anunciar que su marcha será en silencio.

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Ahí están también, mirando, con los ojos sin vida abiertos, los desnutridos. Néstor Femenía, el pibe qom, muerto en el Chaco. Marcos Solís, el pibe wichi, muerto por desnutrición en Salta. Ahí están los otros “ellos”, los más de 500, de los que se tienen registro, que están en situación delicada, bajos de peso. No hablan, lloran. Las fuerzas no les dan para caminar, pero el hipo de su llanto se asemeja al ras-ras-ras-ras que en algún lugar de la noche va a comerse a mordiscones la dictadura del peronismo.

El poder criminal no soporta el silencio porque sabe que, callado, deja escuchar la voz de la conciencia. Y es al fin la conciencia la que te conoce, la que no te justifica nunca, a la que no podés engañar con favores ni estafar con trampas en solitario, la que te grita lo que sos: ¡ladrón!, !asesino!, ¡cómplice!, o no. Depende cada uno.

Estaban acostumbrados a todo. Se hicieron millonarios viviendo del Estado, nunca trabajaron de otra cosa. El juego de los insultos, de los intercambios de acusaciones y de denuncias es parte de lo que les divierte de la política. No esperaban esto. Después de todo, Nisman era una mancha más, otro muerto de “ellos”. Pero un día, como a Videla, como a los Saadi, les pasó. Ras-ras-ras-ras. El silencio está en marcha.

*Periodista.