La elección ha concluido y varias de sus incógnitas despejadas. Tal como proyectaban las encuestas, Sergio Massa resultó un contundente ganador junto con Julio Cobos, Gabriela Michetti, Hermes Binner y el espacio liderado por Sergio Urribarri. Cabe también agregar a Mauricio Macri y José Manuel de la Sota, triunfadores de modo indirecto. Y Pino Solanas se impuso a Daniel Filmus.
Ahora surgen las preguntas de rigor: ¿Por qué? ¿Qué pasará a partir de este lunes 28?, ¿Cómo será la transición hasta 2015, si es que se consuma?, ¿Cuál será el futuro de Massa, de Scioli, de Cristina Kirchner?
Como cualquier fenómeno complejo, el triunfo de Massa obedece a una conjunción de razones. Como en todo orden humano, existe encuentro cuando —razonablemente— coinciden la promesa y esperanza. En tal sentido, el mérito de Massa es haber dado con la fórmula para las demandas de una ciudadanía agobiada por antiguos problemas aún abiertos (inseguridad, inflación, corrupción, etc.) y por un nivel de intolerancia política asociado a la pertinaz negación de lo obvio y a la obsesiva referencia al pasado. Con un discurso simple y contundente, el intendente de Tigre supo erigirse en un político capaz de liderar la lucha contra tantos desatinos y recuperar la idea de futuro para una sociedad que venía resignándose a elegir el menor de los males posibles a falta de un auténtico programa opositor con vocación de poder.
En contraposición, a Martín Insaulrralde no le resultaron suficientes ni el espaldarazo de Scioli ni los méritos de una campaña que, al inicio, lo mostró como un candidato autónomo, amigable y cercano a la gente; pero que en su tramo final dejó translucir cierto toque sutil de beligerancia kirchnerista unido a una frivolización innecesaria.
En cuanto a Scioli, el futuro se presentaría algo complicado. A su modo, el gobernador se jugó abrazando un kirchnerismo que nunca fue su sello. Pero lo que ganó con esa impostada pureza ideológica le hizo perder aquella presencia transversal que otrora supo consolidar. Y lo peor, finalizada esa especie de zona temporal liberada donde pudo hacer y deshacer a su arbitrio, podría recaer sobre él la responsabilidad de la derrota junto a la reapertura de antiguas hostilidades emanadas desde el poder presidencial. Poder que quizás se encargue de recordarle lo que todos saben pero que nadie se atreve a decir: La Presidenta nunca ha deseado que Scioli sea su sucesor y, si tuviera que elegir alguno, es probable que prefiera a otro aún a riesgo de que éste tenga menoreschances. Elegirlo a Scioli podría obedecer más a un acto de supervivencia política que a la mera conveniencia o, mucho menos, a la afinidad personal e ideológica.
No obstante, el anterior análisis resulta incompleto sino se considera la evolución de la salud de Cristina: ¿Volverá pronto al pleno ejerciciode sus funciones?, ¿Con qué ánimo personal y político?,¿Retornará con el ímpetu que la caracteriza para reiniciar una gesta propia del Ave Fénix?, ¿O quizás entienda que ha llegado el momento de la tan mentada sucesión?
Sería demasiado apresurado bosquejar respuestas a interrogantes que desbordan ese artesanal ejercicio de conjeturas al que se denomina análisis político.
(*) Director de González y Valladares, Consultores de Marketing Político