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CIEN DIAS

Realidad

Balance de la gestión de Donald Trump al frente de los Estados Unidos.

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Hace poco más de una semana Donald Trump cumplió cien días al frente de los Estados Unidos. En algunos diarios europeos la noticia se acompañó de una imagen, la del presidente al volante de un camión en la Casa Blanca. El gesto desmedido, la risa desbocada, las manos del poder al volante, las mismas que tuitean sin freno alguno contra México o las mujeres y hombres que le plantan cara en las manifestaciones, recordaron –la asociación tiene el estímulo de su actitud– a los fanáticos que estrellan camiones contra los ciudadanos. La idea es exagerada. La imagen de Trump, también.

Esos cien días obligan al balance y, según los analistas, Trump regresa de algunos de sus excesos. Se afirma que ha incorporado la realidad a su relato. Recuerda esta observación al presidente español Mariano Rajoy cuando indicó que su programa estaba sujeto a la soberanía de la realidad y no a la del electorado. No es necesario Lacan para advertir que la realidad no es lo real sino una representación que se construye desde lo simbólico y lo imaginario.

“Pensé que sería más fácil gobernar. Es diferente llevar una empresa, aquí se necesita corazón, en los negocios no”, declaró como conclusión de esta experiencia inicial en la Casa Blanca. El matiz emocional es lo que lo sumerge en la realidad de cara a su relato electoral y el toque pragmático frente a China, Corea y Siria es aquello que los analistas ven como un aporte de racionalidad, sumado a una nueva desregulación financiera, la mayor después de la que ejecutó Ronald Reagan, una reducción drástica de impuestos y un vigoroso impulso a la industria armamentista. Son los mismos análisis que, después del Brexit, leían la situación en clave de volatilidad financiera y no como erosión social.

Ocurrió con la última elección en Holanda y el debate continúa frente a las opciones que enfrentan a Emmanuel Macron y Marine Le Pen en Francia en esta segunda vuelta electoral.
La oferta de Le Pen no merece el menor análisis en cuanto al menú político que propone, pero el discurso de Macron tiene su propio agujero negro puesto que disuelve todas las certezas acumuladas en el devenir democrático: niega el eje derecha/izquierda y enarbola una libertad republicana alejada de todo nacionalismo excluyente pero aniquilando la igualdad y licuando la fraternidad en un cosmopolitismo global cuyo marco es el capitalismo financiero, esfera laboral, por cierto, de la cual procede.

La novedad de Macron no va más allá de una versión reloaded de Nicolas Sarkozy.
El economista James K. Galbraith, en un artículo publicado en Dissent plantea que la única respuesta posible para superar este arrebato de la derecha extrema, que representan Le Pen y Trump y la llamada “centro radical” o “extremo centro”, que abandera Macron en Francia, es un programa de pleno empleo, salarios justos y amplia inversión en necesidades sociales, culturales y ambientales, respaldado por impuestos que caigan directamente en las rentas más altas; un programa, en el caso de Estados Unidos, capaz de desmantelar la oligarquía dinástica que dirige el país desde 1981. “Es tiempo –escribe Galbraith–, en definitiva, de un programa de izquierda al menos tan radical como el que está ejecutando la derecha”.

Este encuadre también es la “realidad”.
El mismo día que Trump sumaba cien en la Casa Blanca, Amnistía Internacional realizó una manifestación frente a la embajada de Estados Unidos en Londres a favor de los refugiados. Cientos de activistas se vistieron con trajes de la Estatua de la Libertad.
En los años 70, la militancia de izquierda solía recordar que la Libertad era un regalo de los franceses a los americanos para conmemorar el centenario de la declaración de la independencia de los Estados Unidos. La Libertad, decían, se colocó a las puertas de Nueva York; nunca entró en el país. Hoy anda perdida en busca de autor.

* Periodista y escritor.