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Recalculando...

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La palabra clivaje expresa un corte, una ruptura, algo que no puede o es difícil de unir. Como explicaron Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan (1967), las sociedades modernas son atravesadas por estos clivajes que, a su vez, configuraron en el pasado los sistemas de partidos políticos actuales. Así, podemos divisar hoy escisiones sociales relativas a la religión que dan como resultado partidos democratacristianos y partidos laicos orientados a la fe en el Estado liberal (Holanda, por ejemplo). Además, existen clivajes donde la divisoria de aguas son los intereses de la periferia confrontando fuertemente con las elites del centro (España y los nacionalismos regionales). El control estatal sobre los aranceles a la importación o exportación de ciertos productos generó partidos agrarios que confrontan contra aquellos que defienden los intereses industriales (Suecia). Por último, tenemos el clivaje que confronta los intereses de los trabajadores (obreros) contra los intereses de los dueños (patrones) que se expresan en partidos de izquierda y de derecha o, si se quiere, denominados progresistas o conservadores. En relación con este último clivaje, muchos partidos han reclamado para sí mismos representar cualquiera de los dos intereses, pero no siempre fue cierto.

Cuando una parte importante de la dirigencia del Frente Amplio UNEN (FAU) afirma que sólo sellará alianzas con fuerzas ideológicamente afines y no con el macrismo, está argumentando en términos de clivajes. Es decir, para esta parte de la dirigencia, FAU pertenece al campo progresista y el PRO, al campo conservador. En este sentido, el partido es mucho más importante que los candidatos, y cualquier desvío ideológico es una blasfemia imperdonable. Aquí me voy a detener y marcar un posible error de lectura que tiene un amplio sector de la dirigencia de este frente.

Durkheim decía que la gente se juntaba por dos razones. Estaban aquellos que se congregaban porque comparten características similares y así expresan un sentido de pertenencia. Pero también estaban aquellos otros que se unen para complementarse y conforman una sociedad para sobrepasar dificultades. La política actual se inscribe en lo que se llama las “democracias de audiencia”, donde el partido político sigue teniendo relevancia, pero en mucho menor escala que el conocimiento del candidato. Las ideologías no se desdibujan, pero la gran cantidad de gente vota según sus sensaciones y confianza que transmite determinado candidato y no un partido. Ya no hay tiempo para explicar plataformas partidarias, sino comunicar específicamente acerca de cómo solucionar reclamos específicos de la gran mayoría (seguridad, inflación, desempleo, etc.). Ese candidato necesita como el agua del conocimiento de la gente para ser competitivo. Cuando el candidato pasa determinado umbral de conocimiento, la correlación entre el voto en relación con la clase social del elector es relativa y no absoluta.

En este sentido, el PRO puede ofrecerle al FAU un líder conocido por el 100% de la gente que puede potenciar candidatos de una coalición, una buena dosis de un efectivo marketing político, una estrategia de comunicación moderna y un interlocutor válido para cogobernar en la Capital.

Por su parte, el FAU –con la UCR a la cabeza– ofrece su despliegue territorial al interior del país y una larga experiencia en el apuntalamiento, movilización y manejo de recursos partidarios.

Hoy parecería que buena parte de la dirigencia de la UCR estaría renunciando a la posibilidad de conformar un partido “agarra todo” (catch-all party) –que obtiene votos de todo el espectro ideológico– tal como lo ejerce históricamente el peronismo sin ningún prurito estructurando el sistema de partidos. La estrategia electoral de FAU necesita un GPS.

*Politólogo (Universidad de San Andrés).Twitter: @martinkunik.