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econOMISTA DE LA SEMANA

Recesión con inflación, un cementerio sin paz

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| Cedoc

El plan del FMI buscaba que el congelamiento monetario desactive las presiones cambiarias y haga bajar la inflación. Según dicho plan, el alto costo en materia de actividad, producción y empleo era de segundo orden frente al posible descalabro financiero. A seis meses de su implementación, estamos en el peor de los mundos: la presión cambiaria persiste, la inflación se volvió a acelerar y la actividad económica sigue por el piso, con perspectivas negativas para lo que resta del año. La fúnebre actividad económica ni siquiera trajo la “paz de los cementerios” en materia de precios.
Si bien según los monetaristas, seis meses deberían bastar para comenzar a verse los resultados de la implementación del programa de congelamiento monetario, lo cierto es que los resultados en materia inflacionaria son decepcionantes.
Hacia fin de año, el Gobierno se entusiasmó con el registro de diciembre (2,6% mensual), que dejaba atrás los picos de 6,5% y 5,4% de septiembre y octubre, respectivamente. Sin embargo, los primeros datos del año (2,9% en enero y 3,8% en febrero) echaron por tierra la ilusión de la desinflación. El promedio de los últimos tres registros mostró nuevamente una aceleración luego de cuatro meses consecutivos de baja. Una aceleración impulsada principalmente por el componente núcleo de la inflación (promedio 4,2% diciembre-febrero), mostrando una persistencia que supera la cuestión estrictamente tarifaria.
La raíz de este problema es la incomprensión y subestimación de los componentes inerciales del fenómeno inflacionario local, sobre todo luego de un shock cambiario. El hecho de que el titular del FMI se haya mostrado “sorprendido” por el arraigo que tiene la inflación en Argentina vuelve a confirmar que la aplicación de recetas uniformes, sin tener en cuenta las particularidades locales, es un camino equivocado, tal como sucedió con las metas de inflación.
Las perspectivas para los próximos meses siguen siendo preocupantes: se espera que la inflación se mantenga en torno al 3% mensual o más hasta, al menos, el mes de junio. Y, luego de ello, todos los ojos estarán puestos en los posibles movimientos del tipo de cambio, que promete mantener la dinámica de precios en niveles elevados.
De tal forma, la expectativa de inflación para los próximos 12 meses volvió a 40% para la medición de la UTDT (Universidad Torcuato Di Tella), dando cuenta de que los últimos aumentos recalientan la puja distributiva. Así, las proyecciones más optimistas convergen a un piso de 35% en 2019, lo que muestra que la economía habría encontrado una nueva “velocidad crucero” inflacionaria, sensiblemente superior a los valores previos.
Cuando se analiza la evolución del actual programa de estabilización monetaria, se puede concluir que el resultado obtenido hasta ahora es muy pobre: la inflación no se reduce –sino que incluso se acelera– mientras que las variables de la economía real siguen mostrando una fuerte caída.
En la literatura macroeconómica, al analizarse los planes de estabilización suele medirse el “ratio de sacrificio” de los planes de estabilización, es decir, el impacto negativo en materia de actividad, empleo y producción que conlleva la reducción de la inflación. Básicamente, lo que se podríamos traducir de manera más simple: la estabilización tiene un costo y el costo de ese ajuste alguien lo paga.
En este caso, lo que queda claro es que el “ratio de sacrificio” está siendo soportado principalmente por los trabajadores, dado que al comparar la evolución del salario con el resto de los precios de la economía (IPC, inflación mayorista, dólar, tasa de interés, tarifas, etc.), éste es el más retrasado. Y, además, dicho sacrificio no se traduce en desinflación, sino todo lo contrario. El congelamiento monetario, por lo tanto, muestra que es un claro fracaso en todos los aspectos.
Mientras el Gobierno esperaba que la recuperación comience en el cuarto trimestre del año pasado, la misma no deja de postergarse. Si bien algunos indicadores de los primeros meses de 2019 animaron al Gobierno a señalar que la recesión habría encontrado su piso, la aceleración de la inflación vuelve a sembrar serias dudas sobre la posibilidad de que se ponga en marcha la reactivación esperada.
Desde el punto de vista de las cuentas nacionales, el segundo trimestre arrojará un crecimiento frente al trimestre anterior, impulsado por una campaña que, contrastada contra la fuerte sequía del año pasado, le otorgará cerca de 1,5% puntos adicionales de crecimiento a 2019. Pasado este impulso, difícil imaginar otra actividad productiva que traccione a la economía a lo largo del año. El consumo, con un salario que no logra alcanzar a la inflación, difícilmente recupere el terreno perdido. La inversión tampoco encuentra un marco de recuperación, sea privada o la pública con el recorte en gastos de capital que se lleva adelante en búsqueda de la meta fiscal.
Vale decir que esta recuperación luce bastante lejana e incierta, inclusive excesivamente optimista, ya que supone un escenario de estabilidad cambiaria durante los meses venideros muy poco probable de conseguir.
En síntesis, mientras que la inflación se acelera, la actividad sigue con una perspectiva negativa. Este nuevo fracaso del programa de estabilización es una muestra más del errado enfoque económico de la actual gestión de gobierno.