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Reconciliación y perdón

Temes Milei
El presidente Milei llamó a abrir una etapa de reconciliación con las Fuerzas Armadas. | Pablo Temes

Claudia Hilb es una de las mayores especialistas argentinas sobre estudios de pasado reciente y sobre el impacto que una dictadura puede provocar en una sociedad. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y por la Universidad de París III, magíster en Sociología por la Universidad de París VIII, docente de Teoría Política en la Carrera de Ciencia Política de la UBA e investigadora independiente del Conicet, su principal aporte a las ciencias sociales se basa en investigaciones sobre cómo se reconstruye una sociedad que debe sobreponerse al horror del terrorismo de Estado. Hilb se pregunta en sus trabajos cuáles son los dispositivos cívicos que se retroalimentan para permitir la “reconciliación” de un país que ha sangrado violentamente y, lo que es más importante aún, desde dónde se erigen los cimientos que permiten esa avenencia social sobre la que es posible montar una reconstrucción, fenómeno que la autora denomina “nuevo comienzo”.

Es importante reparar en Hilb luego de que Javier Milei llamara esta semana a abrir una etapa de “reconciliación con las Fuerzas Armadas” durante el homenaje por el 42º aniversario de la Guerra de Malvinas, al sostener que el “inclaudicable reclamo de soberanía” sobre las islas debía fundarse en dos pilares. El primero, según el Presidente, es de índole económico y se refiere a la necesidad de que Argentina asuma un mayor liderazgo mundial, para lo que propone una profunda apertura mercantilista, que permita al país convertirse en un “protagonista del comercio internacional”. El segundo aspecto es del orden militar y se basa en la facultad, según el jefe de Estado, de otorgarle a los uniformados un mayor papel en la sociedad, para que ese estatus les ayude a garantizar la soberanía de Malvinas a través de su empoderamiento. Para lograr este objetivo, que es prioritario en este aspecto, Milei advirtió que es fundamental “poner fin a la etapa de humillación de las Fuerzas Armadas”.

“Por eso, convoco al conjunto de la sociedad y a la dirigencia política a que este 2 de abril inauguremos una nueva era que trascienda a este Gobierno, una era que rinda homenaje sincero a sus héroes dándole a las Fuerzas Armadas el lugar, reconocimiento y apoyo que se merecen. La política ha querido borrar esto de nuestra memoria colectiva, hostigando y humillando a nuestras Fuerzas –advirtió Milei–. ¿Qué reclamo por la soberanía es posible si la dirigencia de un país se dedica a menospreciar y hostigar a sus Fuerzas Armadas? ¿Qué homenaje a los héroes de Malvinas puede ser sincero si, en simultáneo, el Estado financia grupos y organizaciones que no hacen otra cosa que desprestigiar a nuestras Fuerzas? A los héroes de Malvinas y a nuestras Fuerzas Armadas les digo que ese tiempo se ha acabado y ustedes son motivos de orgullo para nuestra nación y en esta nueva Argentina tendrán nuevamente el respeto que les ha sido largamente negado”.

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El nuevo ciclo que propone Milei, hay que decirlo, no tiene nada de original. El llamado a la “reconciliación nacional” es una constante que se repite en el discurso filocastrense desde la aparición del Documento Final de la Junta Militar sobre la Guerra contra la Subversión y el Terrorismo, dado a conocer por los dictadores en 1983 para exculpar sus crímenes, hasta los reiterados pronunciamientos de representantes del sector civil que impulsan una revisión de la llamada “lucha contra la subversión” y fagocitan la hipótesis de una “memoria completa”, que pretende ser abarcativa pero resulta ser muy sesgada. Lo inédito en el discurso mileísta, no obstante, es la propuesta de otorgarle a las Fuerzas Armadas una pátina de inmaculada frescura, asociada al futuro, sin que haya espacio para discutir su oscuro accionar y violenta responsabilidad, mirando al pasado. En pocas palabras: olvido y perdón.

Milei exigió “poner fin a la etapa de humillación de las Fuerzas Armadas”.

Para reflexionar sobre la propuesta de Milei, otra vez, es necesario regresar a Hilb. En ¿Cómo fundar una comunidad después del crimen? la autora propone una aguda mirada sobre el carácter político del perdón y de la reconciliación, analizando las difíciles aperturas democráticas que transitaron Argentina en los ochenta, a la luz del Juicio a las Juntas, y Sudáfrica en los noventa, por medio de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Es interesante advertir que, mientras que en Argentina se optó por el significante justicia y los hitos de este proceso fueron jurídicos, empezando por las históricas condenas a las Juntas de 1985, y siguiendo por la reapertura de los procesos judiciales a represores desde 2004; en Sudáfrica, en cambio, se optó por el significante verdad, más precisamente, por una amnistía asentada en la confesión de todos los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado, desde la instauración de la Comisión en 1995.

Hilb sostiene que tan disímiles escenarios posibilitaron que ambos países alcanzaran resultados contrapuestos. Ocurre que el dilema, que a la vez es ético y político, que enfrenta al paradigma legal con el paradigma verídico, habilitó que en Argentina no se produjeran, salvo escasísimas excepciones, voces que desde el campo de los represores contribuyeran al esclarecimiento de lo sucedido, en tanto que en Sudáfrica generó que los propios perpetradores del apartheid fueran los que colaboraran para que los hechos atroces se conocieran, porque era esa la condición necesaria para lograr su inmunidad. Lo paradójico es que si bien en el primer caso hubo justicia y en el segundo caso hubo impunidad, lo cierto es que en Sudáfrica no hay secretos sobre la tragedia sufrida pero en Argentina aún perdura el silencio cómplice sobre el destino de miles de desaparecidos.

“A diferencia de lo sucedido en Sudáfrica, constatamos que en el debate argentino está vedado evocar los términos de responsabilidad y reconciliación, de arrepentimiento y de perdón, omnipresentes en el proceso sudafricano. He intentado, sugerir que allí y solo allí donde hay una asunción común de aquello que sucedió pero no debería haber sucedido, donde la comprensión de cómo pudo suceder hace posible que pueda también haber, entonces, arrepentimiento por haber contribuido a que sucediera, puede imaginarse la constitución de una escena común de reconciliación –concluye Hilb–. Una apropiación en términos políticos de estas nociones solo parece ser posible a partir de la institución de una escena compartida entre quienes pueden eventualmente perdonar y quienes pueden arrepentirse. Pero la existencia misma de esa escena compartida, su institución, supone, de una manera u otra, un interés en común. He tratado de sugerir que ese interés se halla presente en el dispositivo de Verdad y reconciliación en Sudáfrica, y está por su parte ausente en el dispositivo de la Justicia en la Argentina”.

Cada sociedad encuentra su propio camino para desandar el terrorismo de Estado. O, siguiendo a Hilb, cada país opta por el “nuevo comienzo” que esté a su alcance en materia de reparación de las violaciones a los derechos humanos. Pero que no queden dudas: la reconciliación necesita del perdón y el perdón requiere arrepentimiento. Y nada de eso es posible si no se accede a la verdad. En otras palabras: no puede existir reconciliación sin perdón y no puede haber perdón sin arrepentimiento y sin verdad.