El 27 de enero de 1945, el ejército soviético entró en Auschwitz y liberó a los pocos prisioneros que quedaban en el campo. Los restantes fueron obligados a caminar en la llamada “marcha de la muerte”. A partir ese día, la pronunciación del nombre Auschwitz sería el sinónimo fiel de la más oscura noche de la historia. La humanidad comenzó a conocer el más alto grado de inhumanidad, el acontecimiento más monstruoso de la Historia (según Norberto Bobbio), un acto monstruoso no realizado por monstruos sino por hombres y mujeres. Se trata de lo más pesado de nuestro pasado.
En un intento siniestro de poner todo en metáforas los nazis decían que Auschwitz era un “campo de concentración”. En realidad se trataba de un “campo de la muerte”, un lugar preparado para el asesinato masivo integrado por hornos crematorios, un complejo de fábricas con trabajo esclavo y de experimentación médica con seres humanos vivos (Auschwitz, Auschwitz II o Birkenau, Auschwitz III o Monowitz). Pero debemos recordar que si bien fue el más grande campo de la muerte, no fue el único, y la matanza se realizó con los más diversos métodos.
En algo menos de cuatro años fueron asesinadas 1.100.000 personas: ancianos, niños, mujeres y varones de toda edad, y la única razón era haber nacido judíos. También fueron asesinados patriotas polacos, rusos, testigos de Jehová y homosexuales. Un inmenso cementerio cuyas fosas están en el aire (donde ascendieron en forma de humo).Solamente pronunciar los nombres de las victimas nos llevaría casi cuatro días.
La indiferencia mata. La pregunta es cómo se llegó a este extremo. Una de las tantas respuestas es la indiferencia de millones de personas. El sobreviviente Emanuel Tonay, nacido en Alemania en 1928, lo testimonia de esta manera señalando que, en sus inicios, “muy pocas personas eran nazis de verdad, pero muchos disfrutaban de la devolución del orgullo alemán, y muchos más estaban demasiado ocupados para preocuparse. Así, la mayoría simplemente se sentó a dejar que todo sucediera. Luego, antes de que nos diéramos cuenta, los nazis eran dueños de nosotros…”
Respecto de la indiferencia señalaba Elie Wiesel (fallecido en 2016) en uno de sus párrafos más brillantes: “Lo contrario del amor no es odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
Contra la indiferencia el historiador Yehudá Bauer enunció tres nuevos mandamientos que tenemos los seres humanos luego del Holocausto: “No serás una víctima. No serás un perpetrador. No serás un espectador”. Agrega Elie Wiesel que: “Hemos aprendido algunas lecciones, que todos somos responsables y que la indiferencia es un pecado y merece un castigo. Hemos aprendido que cuando la gente sufre no podemos ser indiferentes”. Porque, como sostiene Ian Kershaw , “el camino que va a Auschwitz se construyó con el odio, pero se pavimentó con la indiferencia”.
Para Wiesel, el mandato de la memoria luego de Auschwitz se divide en sus tres partes: primera, no olvidar, segunda, recordar y tercera, hacer recordar. Y esa memoria incluye la responsabilidad de ser activos, de adquirir suficiente poder como para defender la dignidad y la responsabilidad para la solidaridad.
Wiesel vivía con la misión de mantener viva la memoria del Holocausto. En la ceremonia de recepción del Premio Nobel de la Paz de 1986, dijo: “Una memoria que no tomase en cuenta el futuro violaría el legado del pasado. Recordar significa vivir en más de un mundo. Ser tolerante: ser compresivo el uno para el otro. En aquellos días y noches la humanidad perdió su rostro”
No podemos permitir que el Holocausto mate también el recuerdo de los mártires.
*Presidente Cidicsef (Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí- Fesela).