N o es frecuente hablar de un libro en el que uno figura como personaje, pero tengo una pequeña participación en Progresismo, el octavo pasajero, de Guillermo Raffo y Gustavo Noriega. Interpreto allí a una especie de duende maligno, cuyas apariciones están asociadas a excesos, torpezas y desgracias. En el capítulo 2 soy un individuo vagamente peronista que irrumpe en Berlín, vestido con un saco de verano en pleno invierno de 2004, y declaro que los Kirchner son nazis. En el capítulo 13 soy el culpable de que Raffo haya pasado una temporada infernal en Bolivia que le dejó como secuela en la lengua una larva de gusano que afecta a los chanchos, un episodio francamente inverosímil. Como venganza, el multitalentoso enano de Brighton recuerda que fuerzas oscuras suelen amenazarlo diciendo que “no hable con Quintín porque va a terminar como él”. En otros capítulos me reencarno como un crítico de cine que defiende a Hollywood y también aparezco como adelantado en el uso de la palabra “banana” para designar al grupo social de kirchneristas vergonzantes, taimados o inconscientes, ese “buffer de las capas medias que controla la desviación social”, según lo llama el libro, que le permitieron al progresismo ser el octavo pasajero, el polizón que profundizó la destrucción del país, reintrodujo el pensamiento totalitario e hizo florecer las formas más degradantes de imbecilidad en individuos razonablemente educados.
Ajustadas las cuentas con los autores, debo decir que el libro reúne grados de calidad, perspicacia y originalidad completamente desusados en la no ficción local. Es de una libertad intelectual enorme y sus riesgos están recompensados por la frescura que la verdad hace aflorar cuando se la encuentra de modo inesperado. Progresismo, el octavo pasajero se permite audacias como incluir las entrevistas con más off en la historia del periodismo político, combinar la autobiografía con la creación teórica o agregarle humor gráfico en inglés a su pulida prosa en castellano.
Ese despliegue de recursos heterogéneos sirve para enfrentar un desafío tan difícil como es explicar por qué el populismo corrupto, mentiroso y autoritario que nos gobierna no encontró los anticuerpos que un país medianamente desarrollado debería haberle interpuesto. Como es notorio que la ciencia política, el análisis periodístico y la reflexión convencional han sido inútiles para explicar este escándalo, Noriega y Raffo atacan el problema desde dos direcciones complementarias. Aunque hay capítulos escritos en conjunto y otros transcriben conversaciones con terceros, las intervenciones de Raffo acuden a teorías que provienen de campos como la psicología cognitiva o la narración cinematográfica, mientras que las de Noriega contrastan los rasgos de locura más notorios del progresismo con regiones más sanas del universo como las estadísticas confiables, el fútbol sin acentos homicidas o la obra cinematográfica de John Ford. La apelación a la imaginación artística y científica produce razonamientos intensos, articulados mediante conceptos y estructuras que normalmente corresponden al territorio de la ficción; pero sólo la ficción parece en condiciones de aclarar por qué la criatura de Alien se ha apoderado de nuestra realidad para romperla desde adentro.