La Refoma Agraria peruana fue promulgada por ley por Juan Velasco Alvarado el 24 de junio de 1969, pero instrumentada a partir del año siguiente (entre 1969 y 1979 se expropiaron casi 16 mil fundos y más de 9 millones de hectáreas fueron adjudicadas a 370 mil beneficiarios).
Con la Reforma Agraria, el gobierno de Juan Velasco Alvarado culminó un ciclo (iniciado en 1956, profundizado sin éxito en 1962 y 1964) que puso fin al largo período durante el cual prácticamente el 80% de la tierra estaba en manos del 0.4% de la población (los hacendados) y los trabajadores rurales se encontraban en situación práctica de servilismo.
Aun los más cerriles críticos de la Reforma reconocen que el proceso modernizó las sociedades rurales, distribuyó ciudadanía entre los trabajadores de la tierra y terminó con un sistema ejemplarmente injusto. Aun los más entusiastas defensores de la Reforma reconocen que el proceso no revirtió radicalmente los índices de pobreza extrema del campesinado peruano ni expandió la producción agropecuaria. Quienes ponen el acento en el bajo nivel de industrialización de la agricultura posterior a la Reforma deberían poner en la balanza la extraordinaria calidad de los alimentos así producidos, libres de las manipulaciones características de la “agroindustria”. El secreto de la afamada excelencia culinaria de Perú no es otro que alimentos (desde la alpaca y el cuis hasta los lácteos, los cereales y las frutas) que saben a lo que se supone que son.
Quienes ponen el acento en el problema del minifundio deberían sensibilizarse a la belleza de las comunas (organizaciones de treinta o más familias de pequeños productores), en las que se decide qué sembrar y por qué. Quienes protestan por la baja productividad de la tierra deberían contemplar esos campos hermosos, en los que se cultiva sin alambrados, separados apenas por una hilera de piedras, un canal de riego o una trenza de aloe, y recordar que el lema de la Reforma fue la frase de Túpac Amaru II: “Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza”.
Que mejoren los economistas lo que haga falta, pero cuidemos entre todos las imágenes bellas (que no nos sobran).