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Refranes de mi abuela

Gerber se presenta como una artista visual que escribe, aunque esa faceta de su personalidad no se nota por la habilidad de su trazo.

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Cuando alguien decía que dos personas eran parecidas, mi abuela (la española, porque la rusa era muy puritana) solía contestar: “Se parecen en lo blanco del ojo y en lo negro del culo”. Leí a dos escritoras cuyos libros se parecen. Tanto Mudanza, de Verónica Gerber Bicecci, como Lolas, de la argentina Flor Canosa, tienen agujeros en la sobrecubierta que permiten ver algo debajo. En un caso, el título y el nombre de la autora. En el otro, un par de tetas. Por lo demás, se aplica para ellos el dicho de mi abuela.

Empecemos por lo blanco. Hace un par de meses, la editorial Sigilo publicó en la Argentina Conjunto vacío, de la mexicana (hija de argentinos exiliados) Gerber Bicecci, una novela en la que el texto se intercala con dibujos. Algunos de ellos se parecen a los diagramas de Venn, esos esquemas que se usan para representar conjuntos. Pero Gerber no los usa en el sentido de la lógica ni tampoco como las bromas de Vonnegut, sino como síntesis narrativas. Por ejemplo, un triángulo amoroso se representa como un círculo que se intersecta con otros dos círculos. La autora se presenta como una artista visual que escribe, aunque esa faceta de su personalidad no se nota por la habilidad de su trazo. De hecho, en alguna parte dice que nunca aprendió a dibujar y que es una artista conceptual. Eso queda más claro en Mudanza, una colección de ensayos sobre artistas conceptuales. En uno de ellos, dedicado al poeta Ulises Carrión, se lee que “la historia de cualquiera puede contarse conjugando sucesivamente el verbo amar en pasado, presente y futuro”. Algo semejante hace Gerber en Conjunto vacío: contar la historia de los amores de la protagonista (y algunas cuestiones laterales) utilizando esos dibujos y de la manera más lacónica posible. La idea, luego desarrollada en Mudanza, es que la literatura y el resto de las artes deben abolirse a sí mismas o, en todo caso, convertirse en un solo lenguaje. El ideal vanguardista de Gerber se sostiene en los capítulos sobre Vito Acconci, Carrión, Marcel Broodthaers, Öyvind Fahltröm. El libro es fino, sofisticado, sutil. Pero cuando comenta la colaboración experimental entre Paul Auster y Sophie Calle se pone demasiado chic (y demasiado cholulo).

Así que vayamos a la segunda parte, aunque sea como antídoto para tanta exquisitez. Le tengo una gran simpatía a la editorial boliviana El Cuervo. Allí se publicaron, por ejemplo, Click, de Christian Vera, y El hombre que amaba a Amy Winehouse, de Julio Barriga. Ahora hicieron un concurso que ganó la argentina Canosa. La novela, como Conjunto vacío, se ocupa del tránsito de una mujer entre una pareja y otra. Aquí la narradora debe devolverle los implantes mamarios a su ex marido y organiza una colecta para que sus ex amantes le paguen por haber disfrutado de ellos. Como sospecha el lector, el libro no es muy pudoroso. Ni falta que hace. A cambio es fresco, ingenioso y divertido. Podría ser una versión más ligera y generosa de El papel preponderante del oxígeno, de Angeles Salvador, novela que también trata sobre la soledad de una mujer madura perdida en la selva del sexo, el trabajo y la ferocidad social. El peor defecto de Lolas es el título. Ese eufemismo de programa de televisión de la tarde es impropio de un libro que llama a las cosas por su nombre.

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