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adios a la verba progre

Regreso a los noventa

La imposibilidad de dar el 82% a los jubilados y la alianza con Franco Macri obligaron a los K a cambiar su discurso.

Robertogarcia150
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Los enemigos le atribuyen a los Kirchner un hábito que otros malidicentes le cuelgan a los sacerdotes: aconsejan ciertos deberes, pero practican otros. Apostasías religiosas que, transferidas a la política local, se afirman en una frase lanzada en Madrid por el entonces presidente Néstor: no lean mis labios, fíjense en lo que hago. De ese modelo controversial en lo ético, del doble discurso, entonces estos dos casos emblemáticos de la semana. Mejor tomarlo con humor:

1) Casi ortodoxos, austeros para ciertos menesteres, tanto Cristina como su esposo han advertido sobre la imposibilidad de conceder el 82% de aumento que vanamente persiguen los jubilados. Desde el Gobierno se utiliza el mismo dialecto explicativo de los gurúes liberales que ellos juran despreciar y abominar; esto ocurre justo cuando uno ya se acostumbraba a la jerga estatal, progresista, popular o nacional impuesta por los ilustres santacruceños. Entiende el matrimonio que el reclamo para incrementar el haber jubilatorio parte de una demagógica oposición que pretende seducir a la clase pasiva, una irresponsabilidad económica destituyente que pone en juego la supervivencia fiscal y podría convocar a default. Palabras más, palabras menos, ese es el criterio, el anticipo de un veto si el Congreso llegara a consentir el aumento.

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La pareja oficial, sin embargo, olvida su propia responsabilidad en la materia, en Santa Cruz, cuando decidieron mantener la autonomía jubilatoria del sistema nacional en los tiempos de Domingo Cavallo, aquel amigo del alma. Ya imperaba en los Kirchner el criterio de caja y aprovecharon la ventaja de disponer de menos jubilados que trabajadores jóvenes, con lo cual éstos solventaban el régimen y presuntamente jamás entraría en rojo. No fue así, rebalsaron la cota y hoy exhibe el sistema un brutal deficit, el cual graciosamente lo paga en parte el resto de los argentinos (otra más de las tantas prebendas que disfruta la provincia). Para alcanzar ese desbarranque, el kirchnerismo bondadoso dilapidó fondos, concedió una alegría efímera que le acercó masivos votos a favor, simpatía popular al “proyecto” y la captación a granel de opositores que se pasaban en bloque desde otros partidos con la impavidez de los asesinos seriales, un anticipo de lo que luego en Buenos Aires se llamaría vulgarmente borocotización. Entonces, las regalías ocultaban ese proceso enfermizo, quizá semejante a la cobertura que hoy brinda la soja al Gobierno nacional en su gastomanía.

Para entender este fenomeno en números, debe consignarse que en Santa Cruz los hombres se jubilan a los 54 años y las mujeres, a los 52. Merced a ciertos convenios, incluso, aquellos que demuestren un aporte jubilatorio de 25 años pueden retirarse sin límite de edad. O sea, con mucho menos de 50. Como se advertirá, privilegiados del ocio con relación a los otros argentinos, casi otro país dentro del mismo país. Y en esa tierra poco hóspita, casi nunca se discute el 82% de aumento: por distintas ecuaciones, algunos que ya no trabajan hasta pueden percibir un ingreso superior al de los que trabajan en la misma actividad. Para completar el paraíso o la felicidad social en Santa Cruz, un vistazo a los montos: en la Justicia hay retirados con alrededor de 30 mil pesos, lógicamente los ex ministros superan a los jueces, mientras una jubilada directora de escuela recibe unos $ 7 mil. Ni hablar de los policías u otros funcionarios del Estado. Delicia del welfare state del sur, esa denominación conocida en ocasiones como estado de providencia quizá porque habrá de ser la Providencia la que pague finalmente el desborde. Se supone.

2) Si hubo una especialidad del matrimonio Kirchner, por años, fue la saturación de los oídos ciudadanos con la maldición a los noventa. En particular, a quienes más participaron económicamente de ese festival, según sus palabras, a los que lucraron, esos grupos “concentrados” que el recitado oficial jura estar apartando, excluyendo.

Pero el último viaje a China de la Presidenta reveló que uno de sus empresarios de cabecera –al margen del club de los siempre prósperos que vienen con los Kirchner desde el inicio, todos vecinos confiables mientras continúe el éxito– es el mismo que acompañaron a Carlos Menem en los noventa, Franco Macri, con el mismo grado de intimidad y jerarquía. Con todas las implicancias que ese apellido suponían entonces. Y se supone ahora. Singularidades de la vida.

Macri, el padre, acaba de consumar una operación de compra-venta de vagones para renovar subtes y trenes en la Argentina por la friolera de unos l0 mil millones de dólares. Sin ningún tipo de licitación y por adjudicación directa de la hoy ecuánime Cristina. Curioso, hubo objeciones –Pinedo, de PRO, pidió una investigación– hace unos meses cuando se tramitó un negocio similar, también con Franco, pero por una cifra inferior (10 mil millones).

Ahora nadie dice nada, aunque el monto se amplió. Quizá el controvertido Ricardo Jaime empañaba aquellas operaciones –finalmente, aseguran, defraudó hasta los mismos Kirchner, aparte de las defraudaciones que le imputa la Justicia–, aunque no existe garantía de que su sucesor en Transporte, el referente de varios gobiernos porteños Juan Pablo Schiavi, mejorara la transparencia: parece que su despido ya está en un telegrama, igual que su reemplazo por uno de los tres laderos de Hugo Moyano en la CGT, como si no fuera suficiente el poder del gremio camionero en el área. Sorprende que el Gobierno argentino, además de la abultada importación china, siempre enrojecido para defender la industria nacional, destine tan voluminoso capital para productos convencionales, sin tecnología sofisticada (salvo en los rodamientos) que bien los economistas del Plan Fénix dirían que se puede fabricar en el país. Esa es otra historia.

También anonada el rol mediador y comisionista de Macri, a quien los Kirchner le quitaron al principio su desventurada concesión del Correo, el mismo que confesaba que a la nulidad de ese servicio obtenido en los noventa se le añadiría un daño público a su trayectoria, aunque luego lo compensarían con otro negocio. Era el precio, tal vez, por haber estado junto a Menem, ser uno de los escasos empresarios que lo visitaban sin anunciarse ni tramitar peajes subalternos, con quien compartía largos atardeceres siempre preocupado para proteger su historial.

Después del mal trago, le tocó a Franco –como dice que le prometieron– el Belgrano Cargas, aunque obligado a consentir como socio al sindicalista Moyano –al cual le reconocen cualidades empresarias– y la cúpula gremial ferroviaria, hoy con tropiezos judiciales.

Como el veterano Macri es de los que en el rugby se sugiere no dejarles picar la pelota, en poco tiempo se hizo indispensable para otras operaciones, como la actual con los vagones chinos a falta de tren bala, u otra con su sempiterna vocación del automóvil barato. Así ha salido, también, de cierta embolia económica que lo aquejaba. Gracias Kirchner.