Fueron 47 días de ausencia presidencial. Y fueron 47 días de una estética de la ausencia presidencial. En estos tiempos en que podría decirse que “la única verdad es la virtualidad”, el siempre tan activo y creativo equipo de comunicación de la Casa Rosada literalmente no comunicó nada acerca de cómo pasaba esos días de recuperación la Presidencia (salvo los gélidos partes médicos). Ni una foto de la Presidenta paseando plácidamente por Olivos. Ni un tuit saludando. Sólo el vacío. Y si algo aterra a los argentinos es, precisamente, el vacío de poder. Su mera remembranza hace que se admita cualquier cosa, antes que repetirlo.
La estética de la ausencia prologó así la estética del regreso: desde Olivos, la Presidenta grabó su saludo de reasunción exhibiendo como atributos de mando un perrito de diva y un pingüino de peluche. Ningún adelanto de los cambios rotundos que anunciaría burocráticamente su vocero apenas minutos después. De un esquema de gobierno donde el único astro rutilante era la Presidenta, se pasó, enfermedad mediante, a un esquema donde la Presidenta reina y un premier, el contador Jorge Milton Capitanich, gobierna (o si se quiere, en un esquema menos barroco y más peronista, Capitanich al gobierno, Cristina al poder).
Estética del regreso que se completó con dos discursos que sellaron simbólicamente esa disociación reino/gobierno: la Presidenta, nombrando a los nuevos ministros y, luego, rodeada de la vanguardia popular de los militantes barriales de La Cámpora. El contraste entre los jóvenes técnicos con origen en el Nacional de Buenos Aires y los jóvenes del Conurbano no podía ser mayor, pero su elipsis evocó esa vieja aspiración setentista a la que se quiso materializar entonces de modo trágico.
Obviamente, estos cambios no han sido sólo una reorganización administrativa, sino que puede decirse que representan una alteración crítica de esa lógica política del kirchnerismo, inversa a todo fenómeno político, en la que “cuando ganaba se deshacía de los superfluos y cuando perdía, de los traidores”. Ahora, además de las purgas de los nuevos chivos expiatorios, hay incorporación, hay ampliación del círculo de gobierno. Como dijo un empinado kirchnerista: “Contratamos a un CEO”.
Pero la conjunción de “problemas sistémicos/sangría brutal de votos/enfermedad presidencial/cambio de la lógica de gobierno/expulsión de los chivos expiatorios” tiene sentido en la “profundización del modelo”, léase el mantenerse en el poder, corrigiendo el rumbo todos los grados que sean necesarios. Para decirlo sucintamente, con Guillermo Moreno, el modelo económico prevalecía sobre el modelo de poder y lo llevaba a una crisis ineludible; pero sin Moreno, el modelo económico directamente no funciona. Corrección de rumbo frente a la cual aquellos que acusaban al Gobierno de dogmatismo deberán reflexionar si los únicos dogmáticos aquí no son ellos.
Obviamente, se verá cuán efectiva es esa corrección económica y política, y en qué medida no dispara conflictos entre las diferentes tribus en el Frente para la Victoria.
Por último, los cambios también terminan con la ilusión de una entente implícita que se había ido consolidando en los últimos días. En ella, los opositores, en su conjunto, vivían hoy ya en 2015, donde tenían asegurado que el kirchnerismo no iba a existir; y el kirchnerismo vivía en el presente de la Casa Rosada, sólo hasta 2015. El ingreso de Capitanich como jefe de Gabinete efectivo, quien se había anotado en la grilla de candidatos presidenciales antes de su nombramiento, extiende el horizonte del Frente para la Victoria más allá de 2015. Por la sencilla razón de que, si tiene éxito en conducir su relanzamiento, tendrá muchas posibilidades de ser el candidato oficial del Frente para la Victoria. Una tarea dificilísima justo para alguien ambicioso, capaz y que no tiene nada que perder.
*Director de la carrera de Ciencia Política (UBA).