Yo charlaba con Tinelli en otro tiempo. El estaba con José María Muñoz y yo con Carlos Parnisari, coincidíamos en algunas canchas, en la de Defensores de Belgrano sobre todo. Luego la vida nos deparó destinos diferentes: a él, el aclamado éxito; a mí, la desestimada docencia. Por eso él ahora no sabe de mí, pero yo sí sé de él. No me preocupa, como a otros, que el lugar reservado a la política en la televisión argentina sea sobre todo su programa; peor nos iría, nos va o nos fue, con las frases efectistas de Neustadt, las etimologías de Mariano Grondona, las preguntas punzantes de Majul, los nervios mal contenidos de Longobardi. Admitamos que fue en el programa de Tinelli donde advertimos cabalmente que De la Rúa no sabía dónde estaba ni tampoco por dónde salir. Admitamos que es su programa el que nos revela la tensión típicamente moderna de la política como representación, con las representaciones de esa representación, justo entre la realidad y la farsa. Y admitamos que fue él quien comprendió que tan sólo Carlos Menem, el más posmoderno de nuestros presidentes, podía hacer coincidir por completo el simulacro con lo real, hasta fusionarlos totalmente.
Por lo demás, ¿cómo puede acertar Tinelli justo con todo lo que nos gusta? Nos da bloopers, y nos gustan los bloopers; nos da cámaras ocultas, y nos gustan las cámaras ocultas; nos da cantos y sueños, y nos gustan los cantos y los sueños; nos da patinaje, y nos gusta el patinaje; nos da caños frotados por mujeres y nos gustan los caños frotados por mujeres. Lo que da siempre nos gusta, porque lo que en verdad nos gusta no es lo que nos da, sino lo que él hace con eso que nos da. Veo en Tinelli al relator y al comentarista, antes que al conductor, al productor, al animador. Tinelli relata y comenta cada cosa que ofrece en pantalla. Lo relata como si no lo estuviésemos viendo y lo comenta como si pudiésemos no entenderlo. Y es así como nos reconforta. Nos colma de redundancias, nos repleta de obviedad, nos asegura la evidencia del sentido; justo a esa hora del día, y justo en esa época del país, en que la falta de sentido nos aterra más que nada.