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Remítase a la norma

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Puesto a no saber, tampoco sé sobre ondas radioeléctricas. Por eso mismo, precisamente, cuando en los aviones hasta hace un tiempo se nos indicaba que apagáramos los celulares para el despegue, yo acataba sin hesitar. Cualquier cosa que tuviese para decir en esas circunstancias era menos importante que lo que el piloto del avión y la torre de control del aeropuerto precisaran comunicarse: que la pista era esta o aquella, que el carreteo era para acá o para allá.

En más de una ocasión me tocó observar, sin embargo, que algunos pasajeros se mantenían al habla con el teléfono encendido. ¿Contaban acaso con alguna experticia en física, en contraste con mis magros y difusos recuerdos del manual de cuarto de Perazzo? No. No manejaban ningún conocimiento especial que los habilitara a exceptuarse a la regla, a sabiendas de que no se producirían las temidas interferencias entre la emisión de sus palabras de despedida y las transmisiones radiales de la cabina del avión. Simplemente no pensaban en eso, sino apenas en sustraerse a la mirada de las azafatas: bajaban la voz hasta el susurro y se agazapaban con sigilo tras el respaldo del asiento de adelante. Es decir que no se remitían al avión, al despegue, a la realidad de los hechos; se remitían a la autoridad que impartía la norma.

Me pregunto si no es análogo lo que acontece, por estos días, en relación con el coronavirus y las medidas de prevención; por ejemplo, por decir algo concreto, con el uso de los barbijos. No me refiero a los que cuentan, o creen contar, con información de privilegio o una astucia de excepción, y no se dejan engañar con el cuento de la pandemia extendido al planeta Tierra en toda su planicie; ni tampoco a quienes libran, descubriendo intrépidamente su nariz o incluso su boca, la magnánima batalla de la libertad contra las dictaduras. Me refiero a quienes se bajan el barbijo en los teatros, apenas se dan vuelta los acomodadores; a quienes se lo quitan en el interior de los bares, aprovechando que los mozos están ocupados; a quienes se lo aflojan en el supermercado, apenas una góndola oportuna los oculta y los guarece.

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No tienen una posición disidente sobre contagios y sobre cautelas, no piensan en sentido estricto en el tema. Actúan para la autoridad. No se remiten a los hechos, sino a la norma (seguirla o transgredirla, por ende, no cambia nada). Proceden en cierto modo como el clásico grupo de lieros en los cursos de un colegio, esos que previsiblemente se sientan siempre en el fondo del aula. La presencia del profesor o, más aún, la de los celadores, en verdad los constituye, ya que hacen lo que hacen tan sólo para sustraerse de ella. Pendientes de la autoridad, aunque sea para escabullirse, las reglas los determinan se diría que por entero.

Ahora bien, también hay formas distintas de asumir la autoridad y de impartir una norma. El presidente de la Nación, como sabemos, adoptaba expresamente la enunciación del profesor dando clase (tal vez por eso son de esa índole las imágenes que me surgen para graficar esta cuestión). La pizarra como respaldo y la cadencia expositiva del dictado de una lección, pasando a continuación la palabra a los dos jefes de trabajos prácticos. Me parece que, en esas escenas, se produjo en algún momento un viraje significativo: el presidente dejó de hablarnos a nosotros, los ciudadanos, para decirnos las normas, y pasó a hablarles a las normas mismas. Empezó a remitirse a ellas, más que a la realidad de lo que pasaba. Ya estábamos mayormente en la DISPO y él seguía hablándole a la ASPO.

¿Estuvimos de verdad ocho meses confinados, aislados hasta la eternidad, sometidos a un estricto encierro? ¿Nos quedamos de verdad todo ese tiempo metidos en nuestras casas, presurizados de todo afuera? ¿Estuvieron durante ocho meses las calles y las plazas vacías, las ciudades desoladas y en silencio, los espacios públicos sin nadie? No dirijo estas preguntas a las normas del Estado y su implementación efectiva, sino a las prácticas de la sociedad civil, o a las prácticas de la comunidad, pensando en su relación con el virus no menos que en la verdad de las cosas.