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Republicanos en la decadencia

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Extraña paradoja. Quien fue el resistido impulsor de un acuerdo con los acreedores de la Argentina, el vicepresidente Amado Boudou, está pasando por su peor momento político, mientras quien es señalado como el ministro de Economía más antimercado que ha tenido la Argentina en décadas, Axel Kicillof, es el que ha firmado el pago de la deuda que el país arrastraba con el Club de París.
La indagatoria judicial a Boudou, que se esperaba para después del Mundial de Brasil, llegó en el momento menos oportuno para el Gobierno, aguando esos festejos tan peculiares del kirchnerismo, en los que celebra finalmente realizar lo que el resto del arco político le había pedido por años que hiciera y él rechazaba con su destemplada verba ideológica.
La situación económica dista de ser óptima: la alta inflación ha llevado a una fuerte devaluación y la suba de tasas para secar la plaza ha generado un parate evidente de la actividad económica, sin domar a la inflación, que achica la brecha cambiaria oficial e impulsa el dólar blue. Es como si el fenómeno conocido como “estanflación” tuviera en cada uno de sus términos un responsable en el Gobierno: Kicillof la inflación, y Juan Carlos Fábrega, en el Banco Central, el estancamiento.
Deterioro que está en la base del descontento y el ascenso de la preocupación por la corrupción, que en la Argentina parece ser sólo un tema cuando las cosas van mal. Cuando hay crecimiento, le aceptamos pasivamente al Gobierno todo y hacemos la vista gorda (hasta el Poder Judicial) ante lo que creemos que es, cuanto mucho, un impuesto aceptable.
La cuestión no pasa entonces porque la “gente” se percata ahora de que el Gobierno ha violado la virtuosa separación entre lo público y privado (ya que llamamos precisamente corrupción cuando un funcionario se apropia privadamente de un bien público). Más aún, estamos en una época de confusión absoluta de lo público y lo privado, a tal punto que los políticos publicitan su vida privada en su afán de mostrarse más cerca de la “gente”. No es una casualidad quizás que el kirchnerista más “mediático”, Boudou, fuera el que más impune se creyó, dejando hasta su foto de perfil en la escena del crimen.
La opinión pública pasa del conformismo al rechazo, de la pasividad a la activación, de su apoyo a un gobierno fuerte a su demanda por instituciones. Esos vaivenes constituyen lo que Manuel Mora y Araujo denomina la “Argentina bipolar”. Con su intención de volver a los mercados financieros internacionales, el Gobierno compra tiempo para poder entregar el poder en una situación deteriorada pero estabilizada. Pero también la apertura hacia el capital financiero global es considerada por muchos la posibilidad dorada que tendrá un futuro gobierno para alentar el desarrollo.
Claro que la bipolaridad argentina podría manifestarse otra vez, pasándose del “populismo de la soja” al “populismo de la deuda”, y quedando postergado nuevamente el alcanzar ese necesario consenso estratégico que siente las bases para un desarrollo estable y homogéneo.
Aunque hay algo mucho más inquietante que eso: si nuestros valores republicanos sólo aparecen ante la posibilidad de una crisis, puede que, de contar con recursos económicos suficientes, un gobierno podría perpetuarse en el poder en la Argentina sin ofrecer ninguna posibilidad de alternancia democrática (como sucede en Rusia).
Vale la pena preguntarse qué sucedería si en vez de contar con 300 dólares per cápita por las exportaciones de soja, un gobierno en la Argentina posee 3 mil o 4 mil dólares por habitante por exportaciones como dispone Vladimir Putin. Vaca Muerta podría, entonces, ser no sólo una gran esperanza de crecimiento económico; podría, de proseguir nuestra enorme debilidad institucional, constituirse paradójicamente en una gran amenaza para la democracia y el desarrollo de nuestro país.

* Politólogo. Director de la carrera de Ciencia Política (UBA).