Yo creo que el asunto del meme de Bernie Sanders merece algún tipo de reflexión pero no creo ser yo quien pueda organizarla. Hay detrás de todo el episodio una nada sobredimensionada. Es como las aterradoras pokebolas en las que viven los Pokemons, que son esferas cuya superficie interior es mil veces superior a la exterior.
La cosa es así: el fotógrafo Brendan Smialowski le sacó una foto a Bernie en una silla plegable en las gradas del Capitolio, de campera y guantes de lana, cruzado de brazos y piernas, esperando en el frío en medio del embole. Sin que mediara explicación de ningún tipo, más que la atención dispersa y caprichosa (pero autoorganizada por un régimen caótico en un planeta en ruinas), la gente empezó a replicar la foto sin mesura, ubicando a Sanders en cuadros renacentistas, puntillistas o de Edward Hopper; en episodios históricos, en escenas de películas. Mis alumnos lo sumaron a los cuadritos del zoom de una clase que doy los viernes. No hay ninguna explicación de por qué este asunto es tan divertido. Por eso, precisamente, lo es. ¿No habría que desentrañar el misterio ya y adjuntar la explicación para cuando lleguen a colonizarnos por fin seres de luz en ovnis verticales?
El propio fotógrafo admite que la foto no es muy buena; no hay nada especial en la luz o en el encuadre. Sanders dice simplemente que ahí estaba, atendiendo a la cosa. Los guantes se han vuelto míticos. Se los tejió una maestra de escuela de Vermont, Jen Ellis, a partir de sweaters desguazados y un forro de fleece reciclado de botellas de plástico. “Es simplemente Bernie siendo Bernie”, dice Smialowski. Es Bernie asistiendo a una ceremonia agridulce; una en la que –en una Washington blindada, una que esperaba posibles ataques fascistas- simplemente asume el menos malo de los dos contendientes, circunstancia que deja a Bernie al margen, enfundado en sus guantes. Ahí estaba. Haciendo nada.
¿Es esta connotación la que genera empatía planetaria? Todos estamos haciendo nada, de un modo u otro, impotentes, cruzados de pies y manos. ¿O es un chiste anglosajón mal traducido en el que nos falta una parte para cerrar algún sentido? ¿O es precisamente la falta asombrosa de sentido el hecho que seduce al mundo entero? A eso hemos llegado. Ni Warhol pudo imaginar un ruteo más directo y más macabro hacia la reproducción descocada de la imagen, una reproducción que la haga circular a toda velocidad a la vez que la vacía de toda lógica, de toda connotación, de toda piedad.
También funciona por los mismos atajos de la publicidad. En la propaganda no se muestran las bondades del producto; apenas se intenta hacerlo pervivir en la memoria del consumidor para que opte por el nombre que mejor recuerde. Ahora que vemos a Bernie hasta en la sopa, ¿es posible que nos interese saber quién es, qué dice, con qué ideas confronta al sistema democrático estadounidense, a todas vistas uno de los más deficitarios del orbe? Pero no; tampoco. No se trata de rescatar a Sanders, de diferenciar su vestimenta o sus guantes reciclados de los trajes estilizados de los otros o del atuendo de Lady Gaga entonando el himno. Se trata de que no se trate de nada, de absolutamente nada. Sólo así un mensaje puede viajar raudo a niveles planetarios. Es una ecuación delicada en la cual la ambigüedad ha dejado paso al infinito del vacío y la tensión entre forma y contenido ofrece un festín de aire, una bocanada de insensatez.
Difícilmente podamos imaginar el mundo que se viene sin esta piedra inaugural. Se ha desencadenado un efecto mariposa cuyas últimas consecuencias desconocemos. Habrá políticos que buscarán –quizá– imitar la pose, el cruce de miembros o los guantes en pos de algo de esta publicidad inesperada. Habrá teóricos del arte que argüirán que cuanto más desnudo esté el emperador más likes tendrá el traje. Y también habrá quizá un golpe de aire que acabe con todo y dentro de seis meses, por no decir cien años, alguien crea que así empezó Macondo.
Por el futuro de mis amigos en el gran país del norte, me hubiera gustado mucho que ganara la elección. Ganó en cambio otra cosa y no se sabe para qué sirve.