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Retrato de un escritor

La UNL acaba de publicar un libro de Roberto Maurer sobre Juan José Saer: es Juani. Pequeña crónica de una amistad. En un tramo de su evocación, dice Maurer: “Nunca percibí que homologara la literatura a una carrera, o que buscara voluntariamente alguna forma de publicidad, o que se preocupara por cuestiones de mercado”. Y un par de líneas después, dice también: “Los desinteresados, justamente porque supieron separar las aguas, suelen ser los negociadores más temibles para cerrar un trato comercial, y Juani lo era”.

Los rasgos de este retrato son claros y reconocibles: no había en Saer una premisa que identificara la trayectoria de un escritor con algo así como una carrera, ni tampoco el afán de autopromoción que se volvería tan general. Y en especial: no hay en su literatura, ni tan siquiera en un renglón, una decisión que no haya respondido a sus más auténticas convicciones estéticas, ninguna clase de concesión especulativa que, en función de un rendimiento comercial ulterior, dañara o debilitara su sentido literario.

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Ahora bien, este criterio de preservación no supone de ningún modo un desapego o una negligencia, ninguna prescindencia en materia monetaria. “Justamente”, dice Maurer: porque protegió a ultranza el espacio literario de injerencias de mercado, es que Saer pudo ser después, en la instancia de la negociación comercial, tan estricto e inflexible. Nada lejos del enfoque de Theodor Adorno, un crítico tan valorado por él, cuando remitía a la inmanencia estética de la obra la alternativa de una resistencia crítica a la presión de la lógica social existente, pero advirtiendo que no por eso escaparía de su existencia social como mercancía.

No se trata de despreciar todo arte de mercado (aunque Saer a menudo lo hiciera), ni tampoco de pretender que el mercado sea la vara del criterio de valor (disparate que hoy por hoy a veces se pronuncia); sino de contar en todo caso con esta otra posibilidad: la de un arte que en su hacerse no se pliega ni sucumbe al mercado, pero en su objetivación posterior no será cómplice de las trampas de la sublimación de la creación trascendente, de la elisión recurrente de la cuestión del dinero, del ardid de escamotear la concreta remuneración del trabajo.

Para el caso, Juan José Saer: porque era inflexible en su mesa de escribir, lo era igualmente en la mesa de negociar. Un poco como cuando el propio Maurer dice que, si era sumamente sociable, incluso demasiado, era por el mucho tiempo que pasaba solo, en su casa, escribiendo.