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Retratos rusos

El momento más logrado del libro de Ehrenburg es el retrato de Marina Tsvetáieva.

El retrato de Anna Ajmátova por Isaiah Berlin es un punto bien alto en la historia de los perfiles literarios. Las 20 horas que pasaron juntos en Leningrado la noche (y el día) del 20 de noviembre de 1945 son plasmadas en la prosa de Berlin (uno de los más interesantes exponentes de la tradición liberal del siglo XX) de un modo que va más allá de la poeta para, de un lado, hacer sistema con todo lo que Berlin escribió sobre los pensadores rusos y, del otro, como un registro del estado de ánimo de cierta intelectualidad rusa bajo el régimen estalinista soviético. Ahora acabo de leer Hombres, años, vida, de Ilya Ehrenburg, las memorias de sus años parisinos y luego de la vida soviética (este segundo tomo, en una vieja edición de Editorial Mateu, Barcelona, 1964, con el nombre de Un escritor en la revolución). Es un libro que, sin llegar a la agudez –y también la conmoción personal– del de Berlin, es sin embargo, bien agradable de leer, diría que como la mayor parte de la obra de Ehrenburg, en especial Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos, de 1921 (libro que influenció decisivamente al Arlt de Los siete locos, de 1929). El momento más logrado del libro de Ehrenburg (judío de Ucrania, es decir, un personaje marcado por la lateralidad y la diferencia con la Rusia blanca) es el retrato de Marina Tsvetáieva. A diferencia del de Berlin con Ajmátova, que es el texto de un subyugado, casi de un enamorado, el de Ehrenburg sobre Marina Tsvetáieva se instala en el registro de la piedad, del respeto casi sacro a su obra y de la constancia de estar frente a una personalidad trágica: “Al entrar a su reducido departamento me sentí aturdido: es difícil imaginar mayor abandono (…) cualquier objeto aparecía abandonado, cubierto de polvo y de ceniza de tabaco”. Y luego: “Intenté discutir (…) Marina se enojó. Tenía un carácter difícil, del que ella era la primera víctima. He conservado un libro suyo, Separación, con esta dedicatoria: ‘Para usted, cuya amistad me ha costado más cara que cualquier enemistad, y cuya enemistad me es más grata que cualquier amistad’”.

Precisamente a Ehrenburg (así, sin el Ilya) está dedicado el perfil que Marina Tsvietáieva escribe sobre Boris Pasternak, llamado “Un aguacero de luz. La poesía de lo eterno masculino”, incluido en Retratos, recientemente publicado por la nueva editorial Partícula, que incluye precisamente cuatro textos de Marina Tsvietáieva, tres de ellos traducidos por Irina Bogdaschevski y el restante por Fulvio Franchi. Su admiración por Pasternak es conocida (consta en la triple correspondencia entre ambos y Rilke, de la que hay varias ediciones). Aquí el texto retoma este tono, aunque marcado también por una larga glosa de la poesía de Pasternak a la que le va agregando toques de crítica literaria y de cómo aparecen algunos temas en esos escritos (la vida cotidiana, la lluvia, etc.). Hacia el final, Tsvietáieva escribe, con el tono típico de sus textos cuando está entusiasmada: “Esto no es una reseña: es la tentativa de encontrar una salida para no ahogarse. El único contemporáneo mío, para quien no me alcanzó la caja torácica”.

Muchísimo más modestamente, lo que a mí no me alcanzó es el espacio para versar sobre los otros tres textos de Retratos, sobre Briúsov, Balmont, y Kuzmín, igualmente notables.

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