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guantes

Retroceso directo

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A los argentinos los ladrones nos gustan de guante blanco. Los admitimos si son discretos, si se muestran impasibles, si no pierden la elegancia ni incurren en escenas bizarras. Aceptamos lo que “se dice”, siempre y cuando no se vea; convivimos con lo que “se sabe”, siempre y cuando se solape: cajeros de banco con más plata que el propio banco, amigos de la infancia que se vuelven demasiado amigos, representantes de los trabajadores que llevan vida de empresarios, etc. El crecimiento exponencial de ciertos patrimonios personales, explicado vagamente y rubricado con un encogimiento de hombros, acaso nos dé escozor, pero no termina de escandalizarnos, solemos a adaptarnos a eso y tolerarlo. El sustantivo “enriquecimiento” nos fascina hasta tal punto, es tanto el brillo de encanto que le concedemos, que suele debilitarse la carga semántica y ética del adjetivo “ilícito”, que con suma frecuencia lo acompaña. Cuando decimos “la hizo bien” (y lo decimos a menudo, siempre con admiración), no nos referimos al que fue laborioso y recto: nos referimos al que no se dejó agarrar. Los guantes blancos vienen a ser el requisito indispensable de nuestra moralina de cuarta: nos deleita la fantasía de las montañas de plata, pero verlas en lo real, la presencia material de los billetes, nos sugiere mugre, nos resulta obscena, tan sucio como palear tierra para hacer pozos, o como pasarse la yema del dedo por la lengua para contar y contar y contar billetes, o como ocuparse de cargar la metralleta, en vez de que lo haga un matón, un empleado.

En materia de desfalcos, aceptamos el erotismo (lo entrevisto, lo insinuado, lo sutil) pero nos repugna la pornografía (lo explícito, lo directo, lo frontal). Encomiamos lo impoluto tan sólo superficialmente; a la hora de votar, por ejemplo, los candidatos insospechables de corrupción reciben apenas un puñado de votos (dos ejemplos bien distintos entre sí: Elisa Carrió, de la derecha cristiana, un 2,34% en las PASO; Nicolás del Caño, de la izquierda trotskista, un 3,23% en la primera vuelta). ¿Por qué votamos mayoritariamente a los candidatos sospechados de corrupción, de evasión impositiva, de contrabando, de cobro de cometas, de enriquecimiento ilícito? ¿Porque creemos que las sospechas son infundadas? Me parece que no es por eso, me parece que es porque en realidad el asunto nos importa mucho menos que lo que pretendemos.

A menos, claro, que falten los guantes y la roña se vea. Es lo explícito lo que nos asquea. Y en lo explícito, los detalles, porque la obscenidad se aloja siempre en los detalles: enterarnos de que los billetes de José López estaban húmedos y se pegoteaban, que engatusó a dos monjitas viejas, o que la Sig Sauer 522 LR, con carga de diez a veinticinco disparos, tiene un sistema de retroceso directo.

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