COLUMNISTAS
el desastre de haiti

Revelación de la miseria permanente

El panoramista internacional de PERFIL evoca la figura del poeta haitiano Jean Brierre, quien fuera embajador de su país en Buenos Aires entre 1954 y 1956, cuando le tocó evitar que uno de los episodios más sangrientos de nuestra historia lo fuera aún más. También recuerda un viaje oficial de 2004 a Gonaïves, la segunda ciudad de Haití, mientras todo el pueblo se movilizaba –con ayuda internacional– para reconstruirse tras un devastador alud. La violencia y la desolación se unen en este relato a ciertos patrones de conducta que suelen identificar a las víctimas de catástrofes en todo tiempo y lugar.

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Málaga, 8 de febrero de 1937, 2 de la tarde. Arthur Koestler describe la caída de la ciudad a manos de los nacionales, desde la casa de Sir Peter Chalmers-Mitchell. “Una familia de refugiados entra en el jardín: un hombre y su mujer, dos niños y la suegra, con una enorme cantidad de canastos y bultos que contienen mayormente ropa de cama. (Hay una formalidad enternecedora en el modo en que en todas las grandes catástrofes –incendios, inundaciones, guerras– los pobres ponen a salvo su ropa de cama antes que otras cosas. Luego vienen, en la jerarquía de bienes preciosos terrenales, cazuelas y sartenes, cubiertos y platos. Este orden en la selección de los bienes que juzgan esencial salvar es probablemente la revelación más dura de la miseria permanente de las masas en este mundo. En tercer puesto de la lista vienen por lo general la jaula y el canario, el gato o un grotesco perro bastardo; representan la parte soleada de la vida.)”

Buenos Aires, 9 de junio de 1956. Un grupo de militares y de civiles argentinos, comandado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, se levanta en armas contra la dictadura militar para restablecer el orden constitucional. La tentativa fracasa. El general Valle es fusilado en la Penitenciaría Nacional. El general Tanco y seis personas más buscan y encuentran refugio en la Embajada de Haití en Buenos Aires. Siete acosados que llegan con sus pobres pertenencias en bolsos y atados. El embajador Jean Brierre comunica a la Cancillería argentina la concesión del asilo y los nombres de las personas asiladas. Pocos días después, aprovechando la ausencia momentánea del embajador, un grupo de personas al mando del general Quaranta –entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Estado– ingresa violentamente en la sede diplomática y secuestra a los asilados. La esposa de Jean Brierre sale a la calle pidiendo ayuda a gritos y la afluencia de testigos impide que se consume el fusilamiento en el lugar. Quaranta detiene un colectivo de línea y sube a los secuestrados, encaminándose al regimiento de Palermo. Desesperada, la señora Brierre denuncia inmediatamente el hecho a las agencias internacionales de noticias. Jean Brierre, por su parte, formula una enérgica protesta solicitando la devolución de sus asilados. Esa misma noche, Jean Brierre ingresa al regimiento de Palermo y rescata a los secuestrados. De ese modo, siete ciudadanos argentinos escapan al terrorismo instrumentado por el Estado gracias a la acción del diplomático y de su mujer.

Gonaïves, Haití, 12 de octubre de 2004, 1 del mediodía. Las secuelas del alud de agua y piedras se ven por doquier. Los gonaïviens sacan el barro de dentro de sus casas, ponen a salvo los colchones, limpian las cacerolas, los platos cascados, los vasos, y salen a caminar. Centenares de personas sin expresión llenan las calles, donde hay autos dados vuelta y madres lavando a sus hijos en los charcos de agua sucia. No se ven perros ni gatos ni animales domésticos. Sólo unos pequeños burros, no más altos que un niño, y alguna cabra. Los miembros de la misión argentina se multiplican. En los días en que se abatió el huracán, curaban heridas y atendían partos en la calle, bajo la lluvia. La población llevaba a los muertos y los dejaba en la puerta del cuartel. Algunos los enterraron en el frente de sus casas. El comodoro Mazzocchi recibió en la unidad sanitaria argentina de Port-au-Prince a Elson Fusch, de veinte años, con una fractura con estallido de tibia por disparo de arma de fuego. Es cuidado con esmero. Algún día se irá, o lo vendrán a buscar y ya no se sabrá de él. El general Lugani cuenta que los tres canales aliviadores de agua de Gonaïves están tapados por la basura, lo que agravó los efectos de la inundación. El coronel Adrián Sánchez explica que nadie espanta las moscas que sobrevuelan a los pescados y pollos colgados para su venta para que se note que están frescos. En un local puede leerse, escrito a mano: “Internet”; un salón anuncia: “Claudia, estudio de belleza”. Al lado de un canal, hay una carpa; tiene una bandera de Haití, y a su lado una argentina, con el sol dibujado con fibra negra.

Port-au-Prince, 15 de enero de 2010, las veinticuatro horas del día. Muertos. Por doquier. Yacentes, semi sentados, desmadejados, lacios, desgarrados, intactos. Muertos a cielo abierto, bajo vigas, muertos aprisionados, soberanos. Muertos en brazos de moribundos con ojos sin propósito. Muertos encontrados y perdidos. Paredes de muertos, alfombras de muertos, dibujos con muertos. Muertos manchados y muertos impolutos. Muertos que gritan, que sonríen, que duermen, que tienen pesadillas, que arrecian, que se apaciguan. Decenas, centenas, miles, decenas de miles. Port-au-Prince, Haití, enero de 2010.

Málaga, 9 de febrero de 1937. Ese martes, a las once de la mañana, los franquistas sublevados detienen a Koestler. Más tarde, encerrado en una habitación, escucha los gritos de los torturados y ve pasar sus cuerpos arrastrados por los falangistas. Cuando traen de vuelta a la tercera víctima, probablemente muerta, un guardia civil ya mayor se encoge de hombros y lo mira. “Un gesto inconsciente de disculpa en el que se expresaba toda la actitud hacia la vida de un guardia de cincuenta años que, por una parte, tenía a las espaldas treinta de servicios en un país medieval, y por otra, seguramente, una mujer, varios hijos desnutridos y un canario en una jaula. En su gesto se expresaba toda una filosofía humana de vergüenza, resignación y apatía. ‘El mundo es así’, parecía decirme, ‘y ni tú ni yo vamos a cambiarlo’.”


*El autor de este texto, siendo canciller argentino, homenajeó al poeta Jean Brierre (ex embajador de Haití entre 1954 y 1956) durante un acto oficial en el Palacio San Martín, en septiembre de 2004.